domingo, 7 de xuño de 2020

Carne hecha palabra


[Ramonismo 27]
Marta Sanz construye un relato de memoria desde la violencia humana con la palabra como nexo temporal


SOMOS todavía un gran silencio. Un país enlodado por las historias de los que yacen en cunetas y fosas comunes fruto del odio y la violencia. Complicidades criminales que se han ido sepultado con el paso de los años en estratos cada vez más profundos para hacer de aquellos restos huesos que un chamán agita de tanto en tanto para recordarnos de dónde venimos. Cada vez que un historiador o un escritor decide remangarse y meter las manos en esas capas inferiores de nuestra sociedad remueve nuestra conciencia, dignifica a aquellos que fueron agraviados junto a sus familias y repara, en parte, la deuda que todavía tiene esta sociedad con un dolor tan inexplicable como inexplicable es el desprecio de las clases dirigentes por reconciliarse con ese pasado para aliviar nuestro presente.
Marta Sanz se ha subido las mangas hasta bien arriba para poner en nuestras manos ‘pequeñas mujeres rojas’, una novela editada por Anagrama en la que adentra en ese bosque del terror a través de la historia de una mujer que se dedica a localizar fosas de la Guerra Civil. Paula Quiñones es esa protagonista que llega a Azafrán para afrontar una tarea que le abrirá las puertas del infierno. Un camino de azufre por el que se adentrará para descubrir como todavía hoy podemos estar muy unidos, a través de ese silencio cómplice, con los descendientes de tantos actos de barbarie y cuyo gen violento todavía se mantiene activo. ‘pequeñas mujeres rojas’ es una novela que fractura el silencio, y lo hace a través de la palabra, esa palabra que, desde su contundencia, es la única que puede despejar las sombras siniestras de ese pasado de sangre y tierra, de una violencia muy presente en el libro y magistralmente literaturizada por parte de la autora que sabe de la necesidad de «darle palabra a la carne» como manera de azuzar nuestros sentidos y convertir a aquella carne flagelada en notaria de una barbarie inherente a una sociedad como la nuestra.
Esa violencia forma parte de nuestro día a día, y ello sin hablar de una situación de excepcionalidad, como lo pueda ser una Guerra. Violencia contra las mujeres, violencia contra los animales, violencia contra los menores, en definitiva, una sociedad incapaz de superar un atavismo cerval que nos condena a repetir errores. Esa violencia está contenida en el texto como el magma que todo lo vincula. El pasado y el presente, los personajes de ayer y los de hoy, como explicación de una sociedad que ha edificado su convivencia sobre los restos de un ayer que todavía continúa emitiendo sus fuegos fatuos. Secretos de ‘ovejas negras’ e ‘hijos pródigos’ que en tantas familias armaron un escudo que los amparaba ante la indolencia, ante ese mirar hacia otro lado que llegado a un punto extremo puede volver a activarse para conducirnos de nuevo a la muerte y a reproducir los vicios de una España que mantiene, en muchos aspectos, demasiada caspa sobre sus hombros.
Junto a la capacidad del libro para poner ante nuestros ojos esa permanencia de la violencia, el otro gran mérito de Marta Sanz es cómo se despliega ese purgatorio ante nuestros ojos, con una estructuración tan brillante como inteligente, que reclama del lector su activación no solo como mero acompañante, sino que exige que él mismo se adentre por esos caminos. Dividido en diferentes partes, las voces mudan y nos sitúan ante la modificación del relato y, por tanto, de quien debe acercarse a los hechos que se cuentan. Paula nos narra su historia, pero también la cuenta a través de cartas dirigidas a quien posteriormente asumirá dicha narración en primera persona. Miradas que se van sumando a todas esas voces que dinamitan la espesura de las ‘voces bajas’, que diría nuestro querido Manuel Rivas, para que ciertas historias no salgan de los muros de piedra de las afinidades familiares. Miradas que también buscan su anclaje en referentes culturales que Marta Sanz pone ante nosotros como guijarros en el camino: Manuel Vázquez Montalbán, Dashiell Hammett, Juan Rulfo... y así hasta componer un itinerario paralelo que no hace más que escrutar al ser humano en su negrura más insondable.
Como buena novela, y esta lo es, la historia que se cuenta es parte de un relato mayor, de una historia común en un país al que tanto le flaquea su memoria democrática, de ahí que a lo largo del texto la autora se aproxime mucho a cómo somos, a cómo esta sociedad se ha ido alimentando de irresponsabilidades y de procesos inacabados. «¿Quién dijo que la literatura no podía ser edificante?», se escribe en algún momento del relato y, ciertamente, la apuesta de Marta Sanz por las ‘pequeñas mujeres rojas’ es una apuesta por la ejemplaridad, por la necesidad de conocer para ser.


Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 6/06/2020

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