[Foguetes verdes]
Acaba un año
repleto de tensiones, dudas y miedos, pero sobre todo de un
estremecedor ruido desde el cual es imposible que nuestra sociedad
logre cualquier tipo de progreso
VIVIMOS en el ruido. Somos parte de un sonajero que cada vez parece agitarse más y más fuerte. Medios de comunicación, políticos, redes sociales o los más diversos y asfixiantes soportes tecnológicos llenan nuestras vidas de un trueno permanente que nos aleja de nosotros mismos, de la posibilidad de pensar y reflexionar sobre qué tipo de sociedad estamos armando y cual es nuestro papel dentro de ella.
Ese ruido que disuelve las palabras como un azucarillo en el café es cada vez más insoportable. Cada vez nos vuelve más necios y nos ahoga en un futuro cada vez más negro y desesperanzador. Pienso, cada año que pasa, de manera más firme, en el valor de las palabras como nuestro último asidero a una realidad que se me antoja más irreal, en buena parte debido a ese ruido perpetuo, a la capacidad de unos y otros por pervertir el poder de las palabras y convertir el jaleo, el engaño y la mentira en un soniquete permanente que nos aturde como el talismán de un hipnotizador.
El escultor Jaume Plensa situó este año una de sus prodigiosas cabezas frente a la urbe de Nueva Jersey, en una zona marítima bordeando con Nueva York. La cabeza de esa mujer hace el ademán de colocar uno de sus dedos en los labios reclamando silencio al gran monstruo, a esa civilización de cristal y acero que somete a la naturaleza a su presuntuoso y discutible progreso. Una cabeza de mujer que reclama recuperar la pureza de un silencio que nos vuelva hacia nosotros mismos, que propicie que dediquemos un tiempo a entendernos y a los que nos rodean.
También el escritor gijonés Ricardo Menéndez Salmón ha abordado la necesidad de lograr un mayor silencio en nuestra sociedad en su reciente novela ‘Horda’, editada por Seix Barral, y en la que un relato distópico nos sitúa en una sociedad en la que las palabras han perdido su significado, siendo los niños sus dominadores desde un poder que anula cualquier manifestación verbal o escrita. Y en las últimas semanas si se habla del estreno de una película, iba a decir en una sala de cine, pero este tiempo miserable hasta eso, la magia del cine, se la está cargando con el dominio de las plataformas televisivas, es de ‘No mires arriba’, donde el apocalipsis que unos científicos anuncian por el impacto de un cometa contra la tierra genera toda una sucesión de delirantes situaciones que definen de la mejor manera que he visto en los últimos tiempos este tipo de negacionismos, especulaciones informativas y políticos incansables en su misión, que no es la que debería, esto es, la de la generar el mejor estado para los ciudadanos a los que se deben, sino que su meta es la de someter toda su acción a las siglas e intereses de sus partidos.
Tres propuestas desde la cultura para, no tanto descifrar nuestro entorno, y sí intentar sacarnos del trance en el que tantos nos han metido. Sacudirnos de toda esta estupidez que nos vuelve autómatas en manos de los que usan la palabrería en vez de la palabra, los que mienten para crear una falsa verdad con la que argumentar sus proclamas, los que asumen una realidad que nada tiene que ver con el beneficio del conjunto de la población, los que solo tienen en su programa el enfrentamiento, la tensión y la degradación del contrario, los que son incapaces de arrimar el hombro por el bien común, los que se entristecen ante las buenas noticias que ven como una afrenta a sus pueriles ideales.
Ojalá el 2022 llegue con más silencio bajo el brazo. Ojalá cese el ruido y la furia. ¡Feliz año!
Publicado en Diario de Pontevedra 31/12/2021
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