Las ‘Recreaciones’ de Edmundo Paz son el motivo que llena la sala de
exposiciones Rivas Briones de Vilagarcía de Arousa durante todo el mes de
junio. Un recorrido por una manera de entender la pintura asociada a la
recuperación de la memoria, de un pasado en el que fuimos pero ya no somos y al
que se hace siempre necesario retornar como germen de experiencias. Todas esas
señales, los senderos o las formas de interpretar el color son una especie de
brújula por la que adivinar aquello que es importante para el artista, pero
también para el ser humano.
Al igual que un niño juguetea con su dedo sobre la arena de la playa
dejando en ella su estela, Edmundo Paz hace de su arte una experiencia íntima
que muestra muchas conexiones con ese recorrido entre infantil y azaroso que
provoca el pequeño en la playa. Un automatismo generado desde el subconsciente,
fuente de inspiración de numerosos artistas, pero que, en el caso de nuestro
protagonista, se evidencia como un pozo inagotable al que acudir para buscar
formas y motivos, pero también presencias y ausencias, conformando de esta
manera una obra marcada por la huella, por el vestigio, tanto de lo vivido como
de lo sentido. Es decir, la existencia fijada a través de un rastro. En ese recorrido
es en el que, como sucedía en el cuento infantil, el autor nos va a ir dejando
una serie de pistas, balizas para caminar entre un bosque que aunque parezca
denso no lo es, ya que una vez en su interior basta con apartar unas pocas
ramas para descubrir un universo lleno de sencillez y de trazos esquemáticos,
capaces de abonar un trabajo cada vez más sólido y consistente y al que el paso
del tiempo, un ingrediente más de la obra, ciertamente sienta muy bien.
Decía el pintor Edward Munch que “Pinto de mi memoria las impresiones de
mi infancia”. Edmundo Paz no busca tanto la memoria como la experiencia, la
experiencia vital de aquello que le rodea, aunque, como buen pintor, tampoco
desprecia los rescoldos que deja lo ya vivido y que se depositan, normalmente
de forma fragmentaria, en la memoria. Un almacén que se abre para, en unión de
aquello que se le presenta en el día a día, en el transcurso de un paseo o a
través del contacto con las personas que le rodean, irse entremezclando en su
mente para, posteriormente, ser volcados sobre la superficie de trabajo. Y es
ahí, en ese territorio expiatorio, donde surge la verdadera geografía en la que
Edmundo Paz se siente feliz, sedimentando capas y capas que, como esas
experiencias en la vida de un hombre, se van depositando para configurar un
planteamiento desde el que también sentirse pintor.
Desde el gran formato o el más pequeño, el artista se encuentra lo
suficientemente cómodo para mostrarnos toda esa interpretación de la realidad,
su realidad, incluyendo un aspecto muy interesante, el sentido lúdico de la
pintura. Tanto en los montajes de menor tamaño, realizados a partir de la unión
de diferentes tablillas que, como en un puzle, se encajan a través del azar,
originando diferentes superficies y en las que lo que importa es tanto el
conjunto global como esa capacidad que la obra de arte posee para su
autoconstrucción; como en las superficies mayores, siempre hay algún aspecto
relacionado con el juego y su importancia como desengrasante de una realidad en
demasiadas ocasiones poco amistosa con el hombre.
Dentro de ese planteamiento lúdico del hecho artístico, el cómo vemos las
cosas también es objeto de preocupación para Edmundo Paz. No me refiero a
forzar el engaño en el espectador, pero de distraer su mirada, obligarle a
observar de una manera especial. Gusta el artista de provocar efectos dentro de
la propia pieza que obliguen a posicionarse ante ella de diferente manera,
obteniendo así matices, y no dando nunca por rematada la contemplación de la
obra de un simple vistazo. Esta distorsión óptica es capaz de sugerir el
movimiento dentro del cuadro, huyendo de todo aquello que sea nítido, es decir,
escapando de lo que a primera vista nos parezca evidente. Y es que el arte en
buena medida debe propiciar siempre esa reflexión, la segunda y hasta tercera
lectura, que posibilite la riqueza de planteamientos.
Esta opción es la que lleva a Edmundo Paz a ver la vida a través del
arte, a plantear en cada elemento o desde cada circunstancia que la vida coloca
ante él, sus posibilidades de interpretación. Nuestro protagonista no entiende
lo que significa dar algo por cerrado, explorando territorios tan sugerentes
como una bolsa de papel o una tabla de cocina. Elementos desprestigiados por el
tránsito diario pero a los que el arte puede ofrecer una segunda oportunidad, y
hasta de merecerlo así, un pasaporte para la eternidad. Así es como nuestro
protagonista no se va a limitar a lo que sería la superficie de trabajo
tradicional, el clásico lienzo, sino que el ánimo de exploración y la
curiosidad son grandes argumentos para seguir progresando en lo artístico y
propiciar así nuevas sensaciones. Y es que en su desarrollo creativo la
sensación es fundamental, y para ello de nuevo tenemos que mirar hacia atrás, a
la captura de un estado de ánimo en conexión con la infancia, no solo la del
hombre, también la de la propia pintura. Retornemos a aquellas señales que el
hombre primitivo dejó impresas sobre las paredes de sus cuevas: manos, flechas,
símbolos, figuras y objetos esquemáticos… En definitiva, la conciencia de que
regresar al imaginario primigenio, aquel del que todo surge y al que al final
todo regresará, es la clave para adentrarse en una pintura llena de pureza, sin
contaminaciones. Una pintura que satisfaga a una vida que busca lograr lo que
Paul Klee ya había enunciado: “El arte no reproduce lo visible, sino que hace
visible lo que no siempre lo es”. Así es como Edmundo Paz hace de la
visibilidad de sus experiencias la plasmación de aquello que no siempre está a
la vista, de aquellos rastros que la vida va impregnando en nosotros mismos y,
que, en el caso de este pintor, son los rastros de una existencia.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 10/06/2012
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