Son como abrazos que una ciudad se da a sí misma. Achuchones que unen dos orillas al tiempo que se convierten en miradores de ese fluir de vida que es un río. Una ciudad con río es una ciudad especial, y son precisamente éstas algunas de las más hermosas del mundo. No dudo en comparar a Pontevedra con París, Roma o Londres, magnitudes diferentes, pero en el fondo, en su estructutura y lejos de debates sobre tamaños, hablamos de los mismo. Acabo de llegar de la capital francesa, de navegar por un Sena en cuyas orillas las parejas posan ante un fotógrafo en el día de su boda, grupos de jovenes se reúnen para hablar y beber al amparo de las gárgolas de Notre Dame, además de ser el marco para reconocer infinidad de escenarios cinematográficos. Esas márgenes se unen mediante numerosos puentes, establecidos cada pocos metros, en una sucesión que pretende insistir en la idea de conectividad en una ciudad llena de movimiento que busca facilitar el tránsito en ella. Unos son de piedra, varios de metal y en otros cuelgan cientos de candados enamorados. Los puentes son el notario que da fe de la vida urbana bajo ese contrato establecido con el río. Ya tenemos un puente más en nuestra ciudad, habrá quien hable de su inutilidad y de su escasa funcionalidad y yo me pregunto ¿alguien puede dudar de la utilidad de un abrazo?
Publicado en Diario de Pontevedra 23/06/2012
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