La obra de María
Blanchard (Cabezón de la Sal ,
Santander, 1881- París, 1932) configura una de las grandes exposiciones que nos
invitan a recorrer Madrid. Entre Gauguin y Van Dyck emerge en el panorama
expositivo de la capital con la fuerza de lo inesperado. Asoma así una tan
necesaria como brillante exposición que busca reinvindicar el papel de esta
mujer en un mundo de hombres, que se instaló en París y se empapó de una
modernidad que se transformó en el arte que hoy nos convoca. Figuración y
cubismo que la sitúan en la cima de nuestra pintura.
Parece como si toda la atención expositiva madrileña se concentrase en la
gran exposición que en el Museo Thyssen se exhibe sobre Paul Gauguin, solo en
competencia con la de Van Dyck en la acera de enfrente, es decir, en el Museo
del Prado. Pero tras recorrer las salas que en la tercera planta del Museo
Reina Sofía se le dedican a María Blanchard reconocemos en esta exposición una
calidad comparable, cuando menos, a las dos anteriores
De vez en cuando surgen convocatorias en las que de alguna manera, casi
siempre de forma tangencial, se presta atención a la obra de esta menuda mujer,
así sucedió en 1985 en la
Bienal de Arte de Pontevedra, pero nunca se había realizado
una aproximación de esta dimensión a una obra que en gran medida es desconocida
y que sirve para reformular ese trabajo en igualdad de condiciones a la de
otros creadores de aquel febril momento que le tocó vivir en las décadas
iniciales del siglo XX. La verdad es que ante estas piezas no se sabría que
destacar más, si las obras en las que la figuración toma un papel protagonista,
claramente engarzada con lo que se llamó en la Europa de vanguardias
vuelta al orden, expresado en la Nueva Objetividad , al rescatar la figuración como
un clamor humano tras la desesperación de la Primera Guerra
Mundial y ante las primeras experiencias de la abstracción. O la otra gran
vertiente del trabajo de María Blanchard, la que se origina desde el campo del
cubismo, deudor de las aportaciones de Picasso y Juan Gris, sobremanera de este
último con quien mantuvo una estrecha amistad.
Ambas direcciones nos conducen hacia una extraordinaria pintora que en
vida estuvo condicionada por su físico, marcada por una deformidad de
nacimiento. Ella, que tanto reclamaba la belleza, tuvo que arrastrar una carga
que la marcó durante su breve vida.
Su trabajo llamó la atención de Ramón Gómez de la Serna quien se refirió a
ella así: “Menudita, con su pelo castaño despeinado en flotantes ‘Abuelos’, con
su mirada de niña, mirada susurrante de pájaro con triste alegría”. Desde muy
joven notó un constante rechazo por lo que cada vez más se iba apartando de una
cruel sociedad, buscando refugio en la pintura. Con una beca marcha por un
breve tiempo a París en 1909, para regresar de manera definitiva en 1915. Allí
convive y se relaciona con lo que significa ese París de los años 20. Un rastro
que seguimos al recorrer las salas dispuestas en el MNCARS donde no dejamos de
fascinarnos tanto por ese redescubrimiento de la figuración, como por una
impresionante colección de obras cubistas cada una de ellas mejor que la
anterior, con las que descubres a una mujer artista y a la que la historia se
empeñó en ocultar. Bienvenida sea.
Publicado en Diario de Pontevedra 30/12/2012
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