martes, 29 de xaneiro de 2013

Un punto de osadía en la mirada

Más conocido por su faceta como novelista, Antonio Muñoz Molina nos viene presentando de manera semanal en ‘El País’ algunas de las más certeras e interesantes miradas sobre el arte actual. Para los que no lo sepan el escritor jienense aparcó los estudios de periodismo para finalizar la carrera de Historia del Arte. Un amor y devoción por lo artístico que se incrusta en sus numerosos escritos sobre arte de las últimas décadas. Algunos de ellos forman parte de este ya imprescindible volumen, ‘El atrevimiento de mirar’, editado por Círculo de Lectores.



Mirar. Vivimos en una sociedad repleta de imágenes que nos obligan a movernos sin dejar de pestañear. De hacerlo nos perderíamos algo de lo que sucede a nuestro alrededor. Esa saturación ha ido progresivamente deteriorando nuestras miradas, volviéndose éstas cada vez más fugaces y superficiales. Una pérdida de intensidad en la mirada que también ha afectado a cómo miramos el arte y cómo nos enfrentamos a él.
Si uno se detiene en una exposición a mirar, no sólo a lo que en ella se nos ofrece, sino a los visitantes, veremos cómo cada vez más éstos pasan de una pieza a otra sin apenas detenerse ante ellas, convirtiendo la visita en una acumulación de destellos y perdiendo la oportunidad de profundizar en lo que se esconde en el interior de esa obra. Normalmente una intrahistoria con un carácter fascinante en el que acostumbra a residir ese punto de ignición que posee el arte para provocar en quien lo observa, desde ese punto de osadía que defiende el autor, ese pellizco que solo el arte es quien de ofrecer al ser humano.
Con ‘El atrevimiento de mirar’, el escritor Antonio Muñoz Molina, reúne varios textos escritos a partir de las sensaciones que le han suscitado una serie de obras a lo largo de su vida y que ya fueron hechos públicos a través de catálogos o conferencias, a excepción del dedicado a Miguel Macaya. Se genera así un corpus de reflexión sobre la pintura de creadores tan diferentes como Georges de La Tour, Francisco de Goya, Edward Hooper, Juan Genovés, Pablo Picasso, Chistian Schad, Miguel Macaya o el fotógrafo Nicholas Nixon. Textos que dinamitan esa mirada fugaz, haciéndonos comprender cómo se puede observar el arte desde la misión de intentar desentrañar el interior de cada una de esas imágenes, a través, no solo de la acción de un pintor, sino mediante la comprensión de su propio mundo, el tiempo que le ha tocado vivir, así como ciertos referentes que se desprenden del estilo de su obra.
Dejando fuera de toda duda la destreza del autor tanto para la escritura como para el cómo nos traslada sus pensamientos, si algo nos cautiva y maravilla en esta publicación, es la capacidad para, a través de esas ventanas, acceder a diferentes periodos históricos y geográficos, estableciendo toda una serie de relaciones arrebatadoras para un lector que, en el caso de ser aficionado al arte, le harán disfrutar como con pocos libros lo podrán lograr. Cada una de las lecturas se vuelve más atractiva que la anterior por cómo se hila alrededor del cuadro todo el paisaje de una época, alcanzando su paroxismo con el texto titulado ‘Teoría del verano de 1923’, en el que parece que nos encontremos dentro de esa ‘Medianoche en París’ de Woody Allen, ante personajes como Gertrude Stein, Scott Fitzgerald, Hemingway o Paul Eluard y toda una convocatoria mítica a partir del cuadro de Picasso ‘La flauta de Pan’. Unas abrumadoras líneas que transmiten, desde la intensidad de la palabra, un tiempo sin igual, en el que esa alegría de vivir matissiana impregnó a toda una generación volcada en la vida y a los que no costó demasiado instalar en sus obras esa perspectiva existencial.
Pero es que antes fueron la figura de ‘El tocador de zanfona’ de Georges de La Tour; el brutal ejercicio ilustrado de Goya con ‘Los fusilamientos del tres de mayo’; el encuadre de América de Edward Hooper en ‘Oficina en la noche’; la sombra de una vida en el ‘Retrato del doctor Haustein’ de Christian Schad, las multitudes caminantes en ‘Amarillo’ de Juan Genovés, la complejidad del paso del tiempo en ‘Las hermanas Nixon’ de Nicholas Nixon; o esa figura pertrechada como un boxeador de Miguel Macaya, los que sirvieron a Antonio Muñoz Molina de excusa para llevarnos a la Costa Azul en los años veinte, al barroco francés, a la España ocupada por el invasor francés, a esa América quizás no siempre tan realista, a la efervescencia de la República de Weimar, al estilo de un pintor que puso distancia ante el miedo, a los lazos de una familia a través de una serie de fotografías o la ‘extrañeza de lo visible’ con la que Antonio Muñoz Molina nos deja helados por la precisión de esa percepción al referirse a la obra de Miguel Macaya.

Tiempos, latitudes, estilos, impresiones evocadas a partir de cada una de esas imágenes que se incrustan en el cerebro y de las que lentamente surgen conclusiones que superan ese trabajo y buscan su anclaje en tiempos pretéritos y en establecer vínculos con creadores coetáneos o anteriores para leer el arte de una manera permeable a lo que se mueve más allá de su marco. Quienes estudiamos Historia del Arte lo hubiéramos agradecido en aquellos profesores que limitaban las posibilidades de expresión de lo artístico a la visión de la pieza expuesta, negando el arte como reflejo de una realidad a la que nunca debemos renunciar a mirar. Si ellos no lo hicieron que seamos nosotros los que nos atrevamos a mirar el arte desde los ojos de Antonio Muñoz Molina.





Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 27/01/2013

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