El 28 de junio de 1963 se publicaba la primera edición de esta ‘bomba
atómica’ de la literatura, como la definió su autor, consciente de lo que iba a
significar. 50 años después ese texto vuelve a hacernos saltar por sus pasajes.
Libros que se identifican con ciudades. Ciudades que viven dentro de
libros. No son pocas las obras literarias que se aferran a la vida, a la
historia o a los ambientes que trascienden a una urbe o a un punto geográfico
concreto para formar parte del relato que ese narrador ha querido desarrollar.
Pero sí que son pocas las que como ‘Rayuela’ se cuelgan de una ciudad de una
manera tan intensa y decidida. “Así habían empezado a andar por un París
fabuloso, dejándose llevar por los signos de la noche, acatando itinerarios
nacidos de una frase de clochard, de una bohardilla iluminada en el fondo de
una calle negra, deteniéndose en las placitas confidenciales para besarse en
los bancos o mirar las rayuelas, los ritos infantiles del guijarro y el salto
sobre un pie para entrar en el cielo”, de esta manera empieza el capítulo
cuatro, pero son innumerables los retazos parisinos que podríamos recuperar
para sintetizar esa aproximación del autor que se había desplazado a la capital
francesa en 1951 y de la que ya nunca se marchó hasta su muerte en 1984. En
ella reposan sus restos, en el cementerio de Montparnasse, donde en el último
capítulo de ‘Rayuela’, Horacio Oliveira arroja una bolita de papel. Antes de
pasar por ese cementerio los personajes paridos por Cortázar se han desplazado
por todo París, por esa infinidad de rincones míticos, por sus cafés y
boulevares, por sus arquitecturas y mercados, por sus plazas y calles, para
apropiarse de ellos, convirtiéndose en las casillas de ese juego de la rayuela
a través de las cuales ir saltando para conocer a Horacio Oliveira y a la Maga , pero sobre todo, para
poner en nuestras manos uno de los relatos más inolvidables de las letras
hispanas.
El mundo literario se ha volcado con esta conmemoración sabedor de la
importancia de ‘Rayuela’ en la literatura y más específicamente en aquel boom
literario sudamericano de mediados del siglo pasado. El Instituto Cervantes en
París ha planteado una exposición centrada en lo que al fin y al cabo es un
personaje más de la novela: París. Al mismo tiempo ha configurado un recorrido
a través de 27 etapas por la propia capital francesa. También Buenos Aires la
semana pasada inauguró una muestra centrada en la novela, y que sirve para
calentar motores de cara al próximo año 2014, declarado ya Año Cortázar, y en
el que se conmemorará el centenario de su nacimiento. En España ha sido la
editorial Alfaguara la que ha dado el do de pecho con la edición de una
extraordinaria edición en la que, además del texto, se incluye un mapa de París
con los espacios referenciales de la novela y un apéndice con diferentes
declaraciones, muchas de ellas extraídas de cartas del autor, sobre la
confección de la novela y su recepción.
Uno lleva varios días volviendo a recorrer ese París repleto de sonidos
de jazz, con diálogos maravillosos y encuentros entre personajes en los que uno
se deja envolver poco a poco, consiguiendo la novela ir seduciéndote a través
de un juego literario que renueva muchos de los convencionalismos férreamente
establecidos en aquellos momentos, al plantear una doble lectura del texto.
Bien de manera tradicional, es decir leyendo del primer capítulo al último, o
siguiendo las indicaciones que se incluyen al comienzo del relato y que te van
llevando a saltos a través de las diferentes entradas que se recogen en el
libro. Una doble dirección que pone en nuestras manos un poder nunca antes
visto en la literatura, la capacidad para moldear nuestra relación con el
texto, formando parte de todo lo que allí sucede. «A mí se me ocurrió, y sé muy
bien que era una cosa muy difícil, un texto donde el lector en lugar de leer
consecutivamente una novela tuviera opciones, lo cual lo situaría ya casi en el
pie de igualdad con el autor, porque él también había tomado diferentes
opciones al escribir el libro», comentó Cortázar en una entrevista en los años
setenta.
Esta bidireccionalidad nos convierte en parte de ese collage que se
desarrolla en su interior, conformando un conjunto de hilos de los que ir
tirando para hablar de la soledad, el amor, los celos, lo real y lo irreal, el
arte, la música, los libros... en definitiva la vida. Y es que esta novela es
un canto a la vida cuando las corrientes existencialistas hacían del hombre un
ser que vendría determinado por su libertad, y por las consecuencias surgidas
tanto de sus actos como de sus emociones. La «ambición antinovelística» de
Julio Cortázar, como fue calificada por el crítico literario Juan Carlos Ghiano
en el diario La nación, convierte a Rayuela en un cautivador ejercicio
literario del que grandes autores como Octavio Paz, Mario Vargas Llosa o
Roberto Bolaño se han deshecho en elogios acerca de sus desafíos y conquistas.
Pero el desafío más importante es el que debe afrontar cada lector ante
su propia experiencia frente a la novela. Una novela río a la que uno vuelve a
beber años después de su lectura, lo que no hace más que convertirla en una
nueva novela, en una aproximación literaria y humana a ese París convertido
aquí en relación esporádica que sería permanente en la vida real del autor.
Cortázar incluyó a París en su novela para generar ese personaje que es el eje
de sus compañeros de libro, el punto central desde el cual moverse para
movernos a nosotros mismos, para convertirnos en sus compañeros de correrías,
de tertulias en ese Club de la
Serpiente , de cafés y restaurantes, de orillas del Sena, de
jardines y parques y también de hoteles: «La primera vez había sido un hotel de
la rue Valette, andaban por ahí vagando y parándose en los portales, la
llovizna después del almuerzo es siempre amarga y había que hacer algo contra
ese polvo helado, contra esos impermeables que olían a goma, de golpe la Maga se apretó contra
Oliveira y se miraron como tontos...”.
Relaciones Esporádicas/9. Publicado en Diario de Pontevedra 1/07/2013
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