Todavía rebosantes de felicidad tras recorrer salto
aquí y salto allá el tablero de esa ‘Rayuela’ inagotable que cumplió 50 años el
pasado año, nos encontramos en este 2014 con el centenario del nacimiento de
Julio Cortázar y como coda final los 30 años de su fallecimiento. Año Cortázar
por excelencia y año de regreso a una de las patrias más inmensas de la
historia de la literatura. Pocos autores recogen en su obra, como sucede con el
autor argentino, esa percepción lúdica de lo literario, junto a la invención de
un mundo o mundos desde los que enfrentarse a la realidad de una manera tan
inteligente como atractiva para el lector.
Leer, releer, saltar y volver a saltar las casillas
de ‘Rayuela’ es un puro delirio y pocas veces se puede disfrutar tanto de un
libro cuando se abre al azar y se extrae de su interior un fragmento de su
historia o historias. La editorial Alfaguara se ha volcado en estas
conmemoraciones y ha preparado, junto a la reedición de varios de sus títulos,
una edición especial de ‘Rayuela’, pero junto a ella, le ha hecho a los
incondicionales de Julio Cortázar un regalo absolutamente maravilloso. Creo que
a lo largo de lo que llevamos de año se han publicado pocos libros más hermosos
que ‘Cortázar. De la A a la Z’. Un diccionario con entradas relativas a un
sinfín de aspectos de la vida del escritor. Fragmentos de sus libros, imágenes
de sus primeras ediciones, objetos personales, un álbum fotógrafico
extraordinario, cartas, apuntes... y todo ello presentado a través de una
biografía que huye de los ladrillos biográficos acostumbrados para ofrecer un
tesoro que todo el mundo debería tener en sus casas.
A mí me llegó de la mano de mis hijas, en un Día del Padre en el que
jamás podía imaginar un mejor regalo (benditas seáis y quien os guió), pero a
ustedes les puede llegar de cualquier manera, de forma azarosa, o si ven que se
resiste en llegar, fuercen un poquito la situación y ya verán como ese libro
les colmará de felicidad. Es más, pueden darse, junto a una víctima
propiciatoria, un paseo inocente y despreocupado por la calle Fray Juan de
Navarrete, y seguramente se le desatarán los cordones de sus zapatos para
detenerse durante unos instantes ante el imponente escaparate (otro más) de la
Librería Cronopios, monumento literario global, y cortaziano en particular en
nuestra ciudad. Allí, frente a ese altar ante al que a uno lo primero que le
entran son las ganas de postrarse de hinojos, vemos el universo reeditado de
Cortázar. Háganle una leve indicación a su acompañante sobre lo bonito que
parecen esos libros, lo interesantes que pueden ser o las cualidades del
escritor, y bajo esos globos verdes, los cronopios flotantes que desde que
llegaron a esta ciudad han mudado muchas cosas, su deseo no tardará en
cumplirse. Es la magia de los cronopios, ese gran juego que para Cortázar era
un placer frente a otras esclavitudes literarias.
Cuando el ladrillo dejó de ser ladrillo y se
convirtió en librería, milagro todavía inexplicable en los tiempos actuales,
esos círculos inquietos y traviesos nos ofrecieron una manera diferente de
sentir el negocio de los libros y su relación con los lectores. Ese nombre para
un negocio ya era toda una declaración de intenciones, una inmersión en un
universo literario hacia el que se nos quería llevar a través de un sofá y unos
escaparates magnéticos para el paseante. Una transparencia que nos conecta con
el mundo de los libros, un juego que ni el mismísimo gran cronopio hubiera
ideado para satisfacer a su tribu. De los libros dice Cortázar, en la entrada
correspondiente de este singular diccionario, que «Los libros van siendo el
único lugar de la casa donde se puede estar tranquilo». ¿Qué les parece?, es
mágico o no es mágico. Y es que una vez abran este diccionario comprobarán como
los adjetivos empleados o esta devoción personal no es gratuita, y como un
libro, ya de por sí siempre un tesoro, puede convertirse en una obra de arte de
la que uno no podrá desprenderse jamás.
Todos esos instantes que a través de sus libros hemos
podido gozar tienen muchas de sus explicaciones en esas páginas, de las que en
ocasiones surge su querida música de jazz, sus influencias, sus relatos
favoritos, sus miedos, sus amigos, sus inspiraciones, sus sentimientos... y
todo ello porque «entre vivir y escribir nunca admití una clara diferencia»,
confiesa el autor en este álbum de fotos e instantes. Imágenes congeladas y
ordenadas por su viuda Aurora Bernárdez y por Carles Álvarez Garriga que ahora
son ya parte de nuestro álbum personal, como antes y ya para siempre lo serán
sus escritos inmensos. Rompan esa frontera física y honren a Cortázar leyendo
algo de él, en este 2014 y siempre, siempre, siempre...
Publicado en Diario de Pontevedra 1/06/2014
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