Estarán de acuerdo conmigo que solo esta fotografía justifica toda esta
página, así que es más que posible que lo que yo vaya a contar en estas líneas
poco importe. Pero estamos en fiestas, y me apetece darles un poco la lata con
las cosillas de esta ciudad que durante esta semana se abre a la alegría y la
diversión, y hasta a un puntito de relajo que desengrase todo lo que vivimos a
lo largo del año.
Me sucede demasiadas veces que, al tener la fortuna de poder rebuscar
entre las fotografías del archivo de este periódico, quedo prendado de algunas
de sus imágenes. Normalmente grupos de varias personas anónimas, por lo menos
para mí, aunque días después siempre venga alguien por aquí y me diga ¿sabes
quien es este de aquí?, enmarcadas en una Pontevedra todavía en construcción,
tal y como la conocemos hoy. Busco algo que ilustre el inicio de las fiestas de
A Peregrina (a ver si entre todos somos capaces de eliminar esa definición tan
lamentable de ‘Peregrinas’) que una el pasado con el hoy, y entre el impagable
legado de Piruco Estévez me
encuentro esta joyita. Un grupo de niños en la ofrenda a la Virgen Peregrina acompañando a nuestros queridos
cabezudos -pocos elementos hay en estas fiestas que unan más a una generación
con otra que los gigantes y cabezudos- y con las obras de la Joyería
Suárez al fondo. A mí me da que se lo están pasando bien,
que en aquella Pontevedra en blanco y negro la gente tenía su manera de
divertirse, ni mejor ni peor que la de hoy en día. Las fiestas eran lo que eran
y tenían procesiones, batallas de flores, corridas de toros y bailes en las
sociedades, claro que sí, pero también muchas, muchas más cosas, y bastante
milagroso era el que se divirtiese la gente con esos cuatro mimbres (de hecho
si se paran un poquito a pensar verán como no hay tantos elementos diferentes
entre las fiestas de hace cuarenta años con las de hoy en día, reina arriba o
reina abajo) y eso es un mérito de la población. Por eso cada vez entiendo
menos esa manía de comparar las fiestas de ahora con las de antes o de intentar
justificar las bondades de las fiestas de hoy, que las hay, y muchas, en base a
menospreciar la manera de entender las fiestas de esta ciudad durante tantas
décadas en las que no había muchas más opciones para el disfrute.
Recuerdo siempre esta semana como una semana repleta de felicidad y de
buenos momentos, con independencia de quien las organizase, lo que venía a
significar que la ciudad tenía sus hábitos y engranajes ya establecidos y la
diversión caminaba por un lado y las tendencias políticas por otro. Es obvio
que las fiestas ahora son mucho más completas que las de hace unos años, que el
ambiente en las calles es inmensamente mayor, pero hay que entender que los
tiempos son diferentes y la ciudad y sus habitantes han cambiado. Siempre
pienso que son las personas las que hacen de una fiesta, con su espíritu y
ánimo, algo inolvidable. No creo que ningún niño de hoy, con sus atracciones de
tres euros y tres minutos, sea más feliz de lo que lo podían ser esos niños de
la fotografía de Camilo Gómez a
lomos de sus caballos de cartón. Sobre ellos se debían creer los reyes de esa
multitud que los rodeaba y jaleaba al tiempo que iban a honrar a una virgen, en
muchos casos, más por tradición que por devoción, tal y como sucede ahora,
fíjense ustedes.
Tras ser escaneada guardo la fotografía en el sobre del que salió durante
unos pocos minutos. El papel y la imagen digital. Dos maneras de poder ver un
instante tan solo separadas por el tiempo y el progreso. ¿Pero acaso ambas
formas no responden a un mismo estímulo y sensación?
El tiempo nos ha cambiado a todos, también lo ha hecho con esta ciudad
que tanto necesitaba una bocanada de aire fresco, pero mirar hacia atrás con
rencor o por encima del hombro, lejos de intentar comprender la realidad, lo
que consigue es caer en un reduccionismo tan miope como peligroso para los
propios intereses de los que creen que todo lo anterior a su llegada a este
planeta debe ser borrado de la faz de la tierra. Y en esto nadie es
imprescindible, bueno sí, José Luis Sarandeses
lo es. Verle ir de un lado a otro durante esta semana es una de las grandes
atracciones de las fiestas y todo un sinónimo de efectividad. De unas fiestas
que hoy lo son gracias a las que ya fueron, a las galopadas de tantos y tantos
niños y a muchas semanas de agosto en las que esta ciudad solo se preocupó de
ser feliz y de divertirse. ¡A disfrutar!
Publicado en Diario de Pontevedra 9/08/2014
Ningún comentario:
Publicar un comentario