Rue Saint-Antoine nº 170
Fotografía. La pequeña figura física de Gonzalo Torrente Ballester
sigue creciendo a medida que uno se detiene en alguna de las facetas de su
vida. Una exposición en la
Fundación que lleva su nombre, en la compostelana rúa do
Vilar, nos presenta su interés por la fotografía. Un interés que tuvo muy
presente a su querida ciudad de Pontevedra.
Si pensamos en su imagen enseguida lo primero que nos viene a la cabeza
es su figura enjuta y sus gruesas gafas negras. Pese a esa fisonomía y a la
progresiva pérdida de visión, el escritor gallego entendió la fotografía como
un elemento muy interesante desde el punto de vista artístico y que, lejos de
ser desechado, por esos problemas oculares, entendió como un medio más para su
trabajo literario. No son pocas las imágenes tomadas por él relacionadas no
solo con sus itinerarios vitales, sino también con los creativos que asentaron
y a partir de los cuales se definieron muchas de sus obras literarias. En la
muestra también hay fotografías tomadas del propio autor en el momento de
realizar alguna fotografía y en ellas se aprecia el interés y el cuidado por la
toma, mediante la utilización de un trípode, como sucede en una imagen
realizando una fotografía en el interior del Monasterio de Armenteira
(transunto inspirador de elementos de ‘La saga/fuga de JB’). Ese carácter de registro
se verá en otras imágenes completado, o complementado, con el interés por
capturar una atmósfera, hacer suyo un instante vivido y desde este momento ya
congelado para el resto de la vida. Sus miradas a unos niños jugando en la
plaza de la Pedreira ,
el paso de unos cabezudos por la calle Michelena, unos balcones en la plaza del
Teucro, un cortejo de Corpus por la
Ferraría o una sencilla mujer vestida de negro subiendo por
Arzobispo Malvar, son motivos con la suficiente entidad como para formar parte de
la experiencia vital y sensorial de quien ocupó durante varios años una
vivienda en la calle Arzobispo Malvar. Desde aquella terraza la figura de
Torrente Ballester se levantaba sobre la ciudad y miraba al otro lado de la ría
de Pontevedra, pero la imagen fotográfica que a él le interesa no es la de las
grandes panorámicas o las largas distancias, sino la mirada corta, el detalle
de la vida que define el día a día, ese instante en el que se articula la vida
de una ciudad de piedras y campanas repicando entre las nieblas.
Cuantas veces habrá pasado el literato por la calle Sarmiento para
enamorarse, como nos ha sucedido a muchos, de ese pequeño jardín del Museo de
Pontevedra que en un tiempo acogió al Guerrero Celta de Narciso Pérez. Silente,
envuelto por la tupida vegetación, por una hiedra que tapiza ese rincón con una
pátina atemporal balizada con piedras y cañones, forjas, balaustradas
heráldicas y capiteles que, sobre todo, años atrás, convertían ese rincón en un
lugar maravilloso e incomparable dentro de la geografía urbana.
De mismo modo que esa estampa, cada una de las miradas pontevedresas que la Fundación Gonzalo
Torrente Ballester acoge, no solo formando parte de esta exposición, sino como
parte de sus fondos, nos muestran una Pontevedra del pasado, del tiempo que
respiró Gonzalo Torrente Ballester y desde el cual se quedó prendado de la
villa de Teucro.
A ella volvería tras su marcha, de ella escribiría en no pocas ocasiones
y con unos afectos no compartidos hacia otras latitudes, y varios trocitos de
ella, en forma de negativos, se quedaron en sus maletas como parte de un
equipaje de ciudades y experiencias que desemboca ahora en una exposición que
continúa profundizando en las innumerables posibilidades, no solo narrativas,
sino vinculadas con la propia vida, de un autor que buscó sintetizar la
existencia de aquella Pontevedra de los años sesenta que ahora se revela como
un legado importantísimo para conocer obra y ciudad. Dos ríos de una villa
atrapada por el tiempo. Atrapada por el ingenio.
El mejor de los rincones
Gonzalo Torrente Ballester llega a
Pontevedra en 1964 para hacerse cargo de su plaza de profesor en el Instituto
Femenino. El 31 de agosto de 1966 deja la ciudad marchándose a la Universidad de Albany
en busca de tiempo para escribir y con un cierto desencanto por la falta de
reconocimiento a su obra en España, pero con el recuerdo permanente de esta
ciudad de la que él mismo dice era «el mejor de los rincones conseguidos a lo
largo de mi vida». Amistades, espacios y mitos le acompañaron el resto de su
vida, influyendo en muchas de sus obras y siendo la presencia pontevedresa muy
palpable en su obra cumbre ‘La saga/fuga de JB’, escrita en parte en Pontevedra
y posteriormente continuada y realimentada con muchas de las historias y
leyendas que conforman la ciudad del Lérez.
Publicado en Diario de Pontevedra 30/11/2014
Ningún comentario:
Publicar un comentario