Rue Saint-Antoine nº 170
Pintura ▶ La obra de Kike Ortega vuelve a mostrarse
en Pontevedra, su ciudad, reinventándose desde la apropiación de materiales
para sustentar unas obras cada vez más asentadas en un compromiso con una
manera de pintar singular. La reinvención también llega al espacio expositivo,
el antiguo local de Maqueira en la plaza de España.
Donde había sedales, botas de agua, cañas y sombreros con plumita en el
ala... ahora nos encontramos una galería de arte. Así como lo oyen, es lo que
tiene esta Pontevedra capaz de sorprenderte un día sí y otro también. Entramos
en ese espacio que durante décadas ocupó el comercio de pesca de Maquieira en
la plaza de España y nos encontramos al propiciador de ese cambio, Kike Ortega,
un artista que amplía la longitud de su trabajo no solo al tamaño del bastidor,
sino a todo aquello que le rodea.
Infatigable defensor de su obra, cada vez que nos encontramos a Kike
Ortega en Pontevedra hay detrás una lucha por encontrar un espacio expositivo y
por amoldarlo a sus obras, al fin y al cabo a lo que se debe, y a lo que se
lleva debiendo muchos años este artista que decidió hacer de la plástica su
medio de vida, dicho esto en todos los sentidos, incluso el de un medio en el
que estar vivo, en el que sentir y palpitar su incontenible expresividad.
Son las obras de Kike Ortega obras de una enorme potencia, una fuerza que
se consigue desde varios vectores que confluyen en ellas. La idea del creador,
los elementos empleados como sustento de la pieza y su materialización. Las
ideas se convierten en líneas, en trazos contundentes que reflejan motivos de
nuestra cultura y sociedad actuales: edificios, perfiles urbanos, personajes
descontextualizados... para componer unas obras que no dejan a nadie
indiferente. Tras la idea, el soporte, y el soporte es la gran reinvención de
Kike Ortega. Sacos de arpillera, bidones de lata, maderas, hierros... elementos
muertos para nuestra sociedad resucitan como parte, y parte sustancial, de una
obra de arte. La propia piel de esos objetos forma parte de la plástica
empleada en la obra, apropiándose inteligentemente el artista de ella, así como
de sus tactilidades. ¿Qué cielo tan maravilloso ofrecen esos bidones carcomidos
por el óxido como fondo de un paisaje urbano? ¿Qué capacidad matérica tiene esa
arpillera para servir de base a varias escenas? Cojamos una de ellas, ese
maravilloso trabajador, ¿o es un jefe?, ¿o un artista?... ustedes mismos.
Jueguen con la pieza, intégrense en ella, acérquense a ese escenario y vean esa
maravillosa foto sobre el escritorio o esos libros, para nada casuales, ahí
colocados. Todo este gran collage muestra la fascinante capacidad de Kike
Ortega para generar un universo plástico, para integrar elementos de lo más
variopinto en una misma escena. Maderas, el respaldo de una vieja silla, un
saco, libros, pintura... todo son parte de un todo en lo que nada se muestra
como algo discordante.
Y tras la idea y el soporte, esa materialización en la que Kike Ortega
emplea la línea como un funambulista por la que atravesar cada uno de sus
escenarios. Sus perspectivas urbanas como la Gran Vía de Madrid o su
emblemático edificio Flatron de Nueva York nos dejan a esa línea negra y
profunda como el protagonista de unas obras en las que la perspectiva y la
construcción de un espacio real parecen integrar al espectador dentro de ese
paisaje que tan bien domina quien tiene una formación como arquitecto.
Pero no solo de estas arquitecturas se nutre Kike Ortega, hay otras
arquitecturas, quizás mucho más intensas y complejas como lo puede ser la
arquitectura humana. La de unos cuerpos construidos a través de estados de
emoción que se vislumbran por sus poses y actitudes, seres que pueblan sus
cuadros con una gran capacidad de fascinación y de interrogar al espectador
sobre su propia presencia e intenciones.
Sale como siempre suele hacer Kike Ortega al encuentro del público, él es
el primero que sabe que la obra hay que hacérsela llegar como sea, a ello
dedica un enorme potencial que compite con su propia labor como artista, pero
eso también es parte del proceso comunicativo que toda obra de arte debe tener.
Ahora ha descubierto un espacio privilegiado, en un lugar muy visible y con
capacidad para seguir sosteniendo proyectos artísticos, el de Kike Ortega o el
de cualquier otro. Pero ahora es el tiempo de Kike Ortega, como lo suele tener
una vez al año interrumpiendo sus exposiciones en diferentes puntos de la
geografía española, como Santander o Madrid, para mostrar sus mundos en su
ciudad, el lugar en el que nacen cada una de sus piezas y donde se pueden
encontrar las claves para aproximarnos a ellas. Háganlo no les defraudará,
acérquense a ese hombre de espaldas a la realidad, ensimismado en su trabajo,
quizás el propio artista en su momento más intenso, el de pensar una obra de
arte, aunque tratándose de Kike Ortega la intensidad es una manera de
enfrentarse al mundo y de rebelarse como artista que necesita a ese mundo para
construir el suyo propio. En eso está, y a fondo.
Kike Ortega en primera persona
«-Yo- soy un artista atípico
Ni soy bohemio, ni anárquico. Todo
lo contrario, soy muy disciplinado. Ni me gusta tampoco ir de incomprendido
aunque esto pueda resultar una pose muy interesante, incluso os diría que
creativa, pero uno corre el riesgo de justificar así todos sus errores.
-Yo- entiendo el Arte como un
oficio. Como una carrera de fondo donde espero que me de tiempo a hacer un
montón de cosas y de vez en cuando alguna valga la pena.
-Yo- no soy un Arquitecto metido a
pintor. No, no. Todo lo contrario!
-Yo- soy un pintor metido a
Arquitecto.
Yo necesito pintar.
Bendita soledad la del pintor.
Bendita soledad buscada y no
impuesta.
Aquí nadie me dice nada».
Publicado en Diario de Pontevedra 14/12/2014
Fotografía de Azahara Enríquez
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