Instalación de Stephen Dean en la muestra de la Fundación RAC en Madrid |
Está Madrid en efervescencia en este preámbulo de una Navidad cada vez
más estirada por el atroz consumismo. Es el pesebre al que no renunciamos para
evidenciar no sé muy bien el qué, si la recuperación de nuestra capacidad
económica o la irrefrenable regresión como especie.
Madrid, por el puente de Difuntos, es un
delirio de personas que se arremolinan en el entorno de la Puerta del Sol, Preciados
o Callao, para no dejar una sola
baldosa por la que pasar. Las colas en Doña
Manolita encienden este tiempo de ilusiones disfrazadas de egoísmos, al
tiempo que el recién abierto Primark
vomita semáforo tras semáforo a cientos de personas que suministran billeteras
calientes a todo lo que se cuece en el universo Gran Vía.
Madrid, con el otoño Velázquez sabiniano dibujado en su
techo, en el suelo no es ese escenario postnuclear que oímos desde la lejanía
tras la llegada a la alcaldía de Manuela
Carmena. Ni más tráfico, ni más sucia, ni más infierno que cielo. Madrid
sobrevive a sí misma y a sus políticos, sean del pelaje que sea, eso sí, hay
noticias que deberían sonrojar a quienes durante tanto tiempo perdonaron el
cobro del IBI al completo a los grandes mercaderes que, por ocupar edificios
históricos, solo pagaban un 20% de dicho impuesto mientras sus cajas rebosan
jornada tras jornada. La nueva alcaldesa incrementa así el peaje a los más
ricos, posibilitando el aumento de partidas sociales, que eso sí es limpiar
Madrid de tantas miserias y abusos como se estaban produciendo en ese baile de
máscaras que da más miedo que el sinfín de personas disfrazadas de Halloween con el que uno se cruza
durante la estancia madrileña.
Y hablando de la alcaldesa, la
delegación Rozas Osorio decide
visitar su casa, el monumental edificio que el gallego Antonio Palacios se inventó ante la Cibeles, un enorme complejo que la anterior alcaldesa ocupó para
mayor gloria de su figura, ya que para esos fines sobraba parqué por todas las
esquinas, tanto que ahora se ha ido ocupando con diferentes espacios:
cafetería, sala de lectura y descanso y varias zonas de exposiciones. Y es que
Madrid en otoño es un enorme museo, un atractivo más para seguir sumando
turistas y divisas, ya que si algo tienen claro las industrias culturales
madrileñas y sus gestores es que las programaciones culturales interesantes son
capaces de generar riqueza, algo que a muchos parece no importarle,
desestimando ese potencial y dedicándose a llenar museos o centros culturales
con exposiciones intrascendentes.
Ante ese edificio consistorial las colas
señalaban la entrada a una de las grandes muestras del otoño, la dedicada a Kandinsky y de la que uno se esperaba
bastante más, pero al salir de ella nos topamos con una agradable sorpresa,
como es encontrarse con una exposición con sello pontevedrés, ya que en una de
las plantas superiores la Fundación RAC,
con sede en la calle Sarmiento,
expone parte de sus fondos. Todo un orgullo para esta ciudad que durante varios
meses ha hecho de Madrid un territorio para el arte generado desde ella y lo
hace con una exposición realmente fantástica, tanto por la calidad de las
obras, como por la disposición de las mismas en un espacio muy complejo.
Huellas pontevedresas que renuevan una
larga tradición de contactos entre la capital y nuestra tierra, con nombres
como los de Valle-Inclán, Julio Camba, Sabino Torres, Arturo Ruibal,
Ángel Peláez, los hermanos Lorenzo o Xabier Fortes... y los que se me quedan en el tintero, mis
disculpas. Abrimos El País del
sábado y las primeras palabras del periódico las escribe Manuel Jabois, el domingo nos tomamos una cerveza, por supuesto Estrella de Galicia, en una franquicia
en plena Gran Vía, y en el suplemento Papel
de El Mundo, nos encontramos a Rodrigo Cota cuadrando el círculo de Mariano Rajoy. Con el corazón que ya no
nos cabe en el pecho y con un agujerito en el estómago, en el espectacular y
animoso Platea, damos con el rastro
de Pepe Solla quien, a pocos metros
de allí, convierte ese rastro en espumosa estela sobre el océano con su nuevo
restaurante Atlántico.
Con Madrid teñido de aires del Lérez seguimos viendo exposiciones, Bonnard en la Fundación Mapfre y Munch
en el Museo Thyssen, completada ésta
desde esos mismos días con una delicia en forma de exposición sobre el Lejano Oeste. Por supuesto que hay que
hacer cola en ellas, personas esperando para participar de la cultura, eso que
tantas veces se desprecia cuando se presenta de manera seductora es todo un
reclamo para la gente. Cautivador Bonnard con unos colores y una manera de
encuadrar la realidad que te hace redescubrir a un pintor orillado por sus
compañeros de generación y por unos manuales que no le hacen justicia. Pero si
hablamos de descubrir el gran hallazgo es un Munch que va más allá de su famoso
grito, tan ruidoso que ha silenciado a un pintor deslumbrante y planteado aquí
de una manera fascinante.
Postales de Madrid. Cristales de colores
como los de la prodigiosa pieza que Stephen Dean aporta a la exposición de la
Fundación RAC. Diferentes realidades que se agolpan en una ciudad inabarcable y
repleta de posibilidades para el visitante, pero en la que la morriña de los
610 kilómetros de distancia se diluye con presencias que nos hacen sentir como
en casa, como en un banco de A Ferraría.
Publicado en Diario de Pontevedra 7/11/2015
Imagen : Irene Rozas
Imagen : Irene Rozas
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