Rue Saint-Antoine nº 170
Poesía. La presentación en
la tarde de hoy en la Casa das Campás del nuevo poemario de Manuel
Pérez Lourido nos cita con una poesía que domestica el grito a
través de la palabra. Que pone la caricia sobre una escritura que se
adentra en el ser humano para medirlo ante el abismo, pero también
para proponer un desfiladero hacia la esperanza.
Leo la poesía de
Manuel Pérez Lourido como una especie de paréntesis. Un descanso en
medio de la agonía del día a día, de las absurdas noticias que nos
asaltan y que consiguen preocuparnos e inquietarnos, tenernos
agazapados frente a tantos medios de poder, frente a tantas
mediocridades. Políticos incapaces de honrar esa palabra que define
su labor desde los tiempos de la Grecia clásica, de seres humanos
cada vez más inhumanos y de un planeta que tiende irremisiblemente a
la agonía. La poesía de MPL nos dirige a ese espacio de intimidad
que surge de la propia intimidad del poeta, de un escritor a tiempo
parcial que pasa muchas horas frente a sus alumnos viendo un futuro
que sólo en la mirada de esos niños pudiera tener algún sentido.
Pero también se adivinan las nubes negras, todo eso que vamos
arremolinando unos y otros y que en algún momento será tormenta.
Es, por lo tanto, su poesía el rayo que antecede al trueno, ese
destello de luz que nos deja paralizados, en este caso frente a un
conjunto de poemas que, sin sentido de grupo, sí que se van
arrimando unos a otros en una necesidad, la de hacer de esa intimidad
del autor una manera de enfrentarse al mundo, de posicionarse ante
él, de irlo alumbrando como aquel hombre que entró en la caverna
con una tea en la mano. Luz en la oscuridad. Palabra en el ruido.
Cada página que
pasamos, cada poemas que leemos, cada línea por la que nos movemos,
nos acerca más a nosotros mismos. Es la capacidad de la poesía para
exigirle a la realidad, para, no sólo intuirla, sino para intentar
comprenderla. Con lo difícil que es. Hace unas páginas MPL le
respondía a mi compañera Belén López que él «Sentía la poesía
como una terapia», la avezada periodista ya tenía su titular y el
poeta la excusa para seguir entendiendo la poesía. Una excusa que le
lleva a hacer del verso una especie de pértiga para que la
utilicemos como los equilibristas sobre el alambre, una manera de
buscar la verticalidad cuando nuestro suelo se tambalea, cuando la
inercia de los tiempos nos sitúa una y otra vez ante un abismo que
finalmente se ve sustituido por la esperanza. «¿Qué puede hacer un
hombre/sino albergar esperanza?». Poco más que apuntar. El hombre
como esperanza de sí mismo, el poeta evitando el descalabro,
eludiendo la penumbra.
Es la necesidad de la
esperanza, a partir de la palabra o del amor. Complementos idóneos
en la vida de cada uno de nosotros, asideros desde los que hacernos
fuertes. Muros de piedra en los que apoyarnos para contener lo que la
vida nos echa encima, poco a poco o de manera abrupta. Y es que
‘Después daré un grito’ (Editorial Discursiva), nombre del
poemario, es también un diapasón de toda una vida. Los años que se
suman, las canas que asoman ante el espejo, las arrugas que nos hacen
aproximarnos a ese mismo espejo a leer en ellas. Lo que no duda en
hacer el poeta a riesgo de encontrarse con todo aquello a lo que
solemos volverle la vista. Los momentos amargos, las pérdidas, el
dolor, la ausencia, la jodida ausencia. Todo eso también es poema, y
rima con sonrisa y esperanza, como nuestra existencia. Luces y
sombras a empujones día tras día. «Cuando la tibia mano del
tiempo/empieza a hacerte sangre en las mejillas/es quizás el momento
idóneo/ para recordar cuál es tu patria», escribe MPL, dejando
suspendido, entre poema y poema, este rastro que seguir, esa huella
sobre la que poner nuestra pie. Es cuando se erige la memoria cuando
los blancos del papel envuelven lo escrito, esa memoria irrenunciable
que da sentido a lo realmente importante, a aquello que se conserva,
a aquello que pensábamos olvidado pero que de repente se acciona
como tras activar un resorte impensable. Resorte en forma de piel, de
aroma, de sabor, de viaje o, como no, de escritura. Una depuración
neuronal que MPL traslada a sus versos. Desterradas las grandes
metáforas, sin sentido la ampulosidad gramatical. Todo va tendiendo
a una simplificación que hace trascender la pureza de lo íntimo,
aquello que para ser descrito simplemente necesita de un ejercicio de
honestidad. Y si algo tiene todo este poemario es honradez, es decir,
palabras desde la que intentar trasladar una autonomía personal
frente al colectivo, sin pretensiones ni confusiones para agradar a
los demás, simplemente para escribir poesía.
En la Casa das Campás
a las 20.00 horas MPL presentará el poemario y junto a él un buen
amigo y creador, Mario Iglesias, que también ha participado de la
confección del libro con el diseño de la portada y una serie de
ilustraciones que salpican los versos. Pequeños apuntes que
sintetizan estos versos que se convierten en el previo al grito, en
la palabra a punto de ser altavoz de un hombre que en una habitación
numerada quiso medirse con la vida. Verso a verso. Palabra a palabra.
Grito a grito.
Publicado en Diario de Pontevedra 15/05/2017
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