Cineasta,
escritor, pintor, autor teatral, diplomático, jugador de hockey
sobre hielo, amigo de Charles Chaplin, presente en la guerra de
Marruecos... a la vida de Edgar Neville muy pocas otras se le pueden
aproximar en cuanto a su diversidad y celeridad. Desde Hollywood
hasta el Madrid más castizo su desbordante personalidad configuró
una de las trayectorias creativas más singulares de la España de la
primera mitad de siglo XX. Una reedición de sus cuentos publicada
por Reino de Cordelia reúne, no sólo esos escritos, sino su visión
de una vida que él mismo supo aprovechar hasta el tuétano.
En 1982 la Semana
Internacional de Cine de Valladolid le dedicó a un cineasta español
de nombre Edgar Neville (1899-1967) una monografía y una
retrospectiva sobre sus trabajos en cine. Ese fue el tímido inicio
de la recuperación de Edgar Neville como un ser único dentro de
nuestro panorama cultural. Se hizo a partir del cine, territorio en
el que ha dejado algunas de las películas más interesantes de
nuestra cinematografía. Títulos como ‘La vida en un hilo’, ‘La
torre de los siete jorobados’ o ‘Domingo de carnaval’ son
auténticas joyas en las que de una lúcida manera el director supo
conjugar un casticismo surgido del costumbrismo y el sainete con una
manera de filmar de pulso hollywoodiense.
Ver esas películas,
así como algunas otras de su diversa filmografía, supone
enfrentarse a un genio absoluto, a un ser que, tras esas imágenes,
esconde una existencia como pocas dentro de nuestro sistema cultural,
y es que hacer de la vida un goce máximo y extraer de ella todas sus
posibilidades, fue lo que mejor supo hacer el conde de Berlanga de
Duero. Bon vivant, entusiasta de la comida y las fiestas, sus
amistades y relaciones con personajes de lo más especial como
Charles Chaplin, García Lorca, Douglas Fairbanks o Gómez de la
Serna hacen de Edgar Neville una especie de gran contenedor de lo que
tiene la cultura y la expresión artística como parte de la
vitalidad en la existencia humana. De ahí, que el gran vector que
unifica todas esas actividades suyas tan diversas sea el humor, el
humor como símbolo de modernidad e inteligencia, un brillo lúcido
que echó mucho de menos en la sombría y agotadora España del
franquismo, al que se sometió tras su apuesta por la República.
Pero Edgar Neville acababa y empezaba en él mismo y su deseo de
poder vivir cómodamente se imponía a su adaptación a cualquier
ecosistema.
Nacido un 28 de
diciembre no es ningún disparate ni chiste fácil decir que su vida
fue una completa inocentada. Hijo de un ingeniero británico y de la
Condesa de Berlanga de Duero, título que él heredaría. La infancia
en Alfafar, Valencia, fue un espacio de felicidad que recuperaría en
numerosas oportunidades a lo largo de su vida. Pronto mostró una
gran afición por el teatro y las letras, pese a realizar estudios de
Derecho, carrera que remató en Granada, en la que entabló amistad
con García Lorca y donde fundó su amor por el flamenco que también
llevaría al cine como patrimonio cultural en ‘Duende y misterio
del flamenco’, participando, junto al poeta, en el mítico
'Concurso del Cante Jondo', organizado por Manuel de Falla en 1922.
Varios años antes un desengaño amoroso le lleva a alistarse en la
Guerra de Marruecos, pero una enfermedad en suelo africano le hizo
regresar a la península. En 1922 ingresa en la carrera diplomática
obteniendo destino como secretario de la Embajada de Washington. Era
el año 1928 y Edgar Neville pasó a formar parte de lo que se dio en
llamar la Otra generación del 27, junto a Miguel Mihura, Tono,
Jardiel Poncela o Álvaro de la Iglesia, colaboradores habituales de
publicaciones como 'Buen Humor', 'Gutiérrez', 'La Ametralladora' o
'La Codorniz', en ellas Edgar Neville publicaba sus relatos
sustentados en el vitalismo y el humor como manera de enfrentarse a
la vida.
Sobre suelo
estadounidense el magnetismo de la meca del cine atrajo enseguida al
curioso Edgar Neville y unos meses después ya se encuentra en la
costa oeste donde fue acogido, junto a su mujer, por los españoles
que trabajaban en las versiones en castellano de películas de
Hollywood. Su carácter extrovertido, su conocimiento del idioma y su
amplia cultura prenden en las más altas instancias del Hollywood de
aquel momento, esto es, Charles Chaplin (cuya amistad mantendría
durante toda su vida), Douglas Fairbanks y Mary Pickford, todos ellos
parte de la United Artists. Neville participa como actor en ‘Luces
de la ciudad’ de Chaplin, al tiempo que comparte fiestas y ocio en
forma de partidos de tenis con el actor y director. Edgar Neville
comenzó a enviar artículos al ABC para contar todas estas
experiencias en la industria del cine, en la que ya se había
integrado plenamente gracias a un contrato con la Metro Goldwyn Mayer
para supervisar los diálogos de esas versiones de películas para el
mercado castellano. El fin de este tipo de películas y la llegada
del cine sonoro marcaron el regreso a España de Edgar Neville
cargado de prestigio y de buenas amistades que se fundieron con las
que ya había dejado en el mundo cultural de un Madrid que se
abrazaba a la República. Neville apuesta por ella, al tiempo que
comienza su carrera en Madrid como cineasta. Deja a su esposa y
establece una relación con la actriz Conchita Montes, que sería una
presencia habitual en sus películas, y un escándalo en la sociedad
burguesa. Pero eso a Neville poco le importa. Escribe en prensa,
novelas y cuentos que van apareciendo en diferentes medios y su
imagen se relaciona con todo el universo de la vanguardia artística.
Rendido admirador de Ramón Gómez de la Serna él mismo portó su
ataúd durante su funeral en Madrid.
La Guerra Civil planteó
para Edgar Neville un nuevo escenario y mostró, de nuevo, su
capacidad para adaptarse al medio. Trabajó como diplomático para la
República, estuvo a punto de ser fusilado por el franquismo y acabó
echando mano de sus numerosos contactos y amistades para depurar su
anterior currículum de vida disoluta y actitudes afectas a la
izquierda. Con las aguas más tranquilas Edgar Neville hizo de Madrid
el escenario de su obra, tanto la cinematográfica como la literaria.
En ambas se gestionaban los mismo temas y preocupaciones que
acostumbraban a ser la crítica contra lo cursi y lo rancio, el uso
del humor como búsqueda de la felicidad y la exaltación de la vida.
Si algo odiaba Edgar
Neville era el aburrimiento y siempre estaba ideando algo. Sus
primeras películas se encontraron con numerosos problemas de
financiación para cumplir sus deseos y así en 1944 funda su propia
productora. Él, que había conocido el sistema de producción de la
gran industria de Hollywood, se encontraba con un ingentes cantidades
de buenas ideas pero sin medios para plantearlas en unos estudios
miserables y una manera de entender el cine completamente primitiva.
Muchas de sus películas serían prodigiosas de haber dispuesto de
más medios y también de una mayor implicación del director que en
demasiadas ocasiones se despreocupaba de sus propias obligaciones una
vez que iniciaba un proyecto. Aún así visionar ‘La vida en un
hilo’, sobre cómo el azar influye en nuestras vidas bajo la
apariencia de una comedia sofisticada hollywoodiense; o ‘La torre
de los siete jorobados’, con una clara estética expresionista; o
‘Domingo de Carnaval’, en la que se rinde homenaje a la estética
del pintor Gutiérrez Solana, dejan patente lo diferente de su cine
en relación a la autarquía fílmica de la posguerra y lo diverso de
sus propuestas. ’El último caballo’, ‘El baile’ o ‘Mi
calle’ evidencian de nuevo su prodigioso talento visual en
historias sobre el amor y la nostalgia en relación a un tiempo que
se iba desgastando a marchas forzadas.
Ese paso de tiempo fue
el que no pudo contener Edgar Neville. Su cuerpo fue acusando sus
excesos y una enfermedad de tiroides le llevó a engordar de una
manera exagerada. Su otra gran pasión, la comida, tampoco ayudó a
mejorar su salud. El cine fue dejando paso a actividades más
sosegadas como la pintura o la poesía, pero la escritura siempre
estuvo presente hasta el final de sus días.
Los últimos años han
sido los del redescubrimiento de la figura de Edgar Neville.
Diferentes estudios universitarios han ido analizando aspectos de su
obra, desde lo literario hasta lo fílmico, y la celebración del
centenario de su nacimiento impulsaron toda una serie monografías
sobre su cine que lo han situado al lado de nuestros mejores
directores. Muchas de sus películas se han restaurado y proyectado
en plataformas de televisión, así como en ciclos y congresos, y su
vida se ha estudiado y planteado en publicaciones tan completas como
‘Edgar Neville. Duende y misterio de un cineasta español’ de
Christian Franco Torre.
Ahora es Reino de
Cordelia, bajo la coordinación de José María Goicoechea, la que ha
reeditado sus cuentos incluyendo dieciséis hasta ahora sólo
publicados en prensa. Más de cien relatos que fueron publicados en
las revistas y periódicos en los que colaboró, poniendo así en
nuestras manos el universo literario de Edgar Neville, un ser único.
Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda. Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 8/07/2018
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