Rue Saint-Antoine nº 170
Literatura ▶ En
1916, en plena Primera Guerra Mundial, Ramón del Valle-Inclán se
planta en el frente de guerra franco alemán, invitado por el
gobierno francés, conocedor de su defensa de la causa aliada. Permaneció dos meses entre trincheras, caballos reventados, lluvias
constantes y ratas para dejarnos una estremecedora crónica del
conflicto
Europa anda estas
semanas metida en recuerdos, conmemoraciones y homenajes destinados a
poner en valor el final de la Primera Guerra Mundial y las posibles
lecciones que un conflicto de ese calibre dejan en esta Europa que
llega a nuestros días repleta de dudas y ansiedades. Aquel
armisticio se firmó el 11 de noviembre de 1918 en un vagón de tren
en el bosque de Compiègne, a escasos metros del frente de la
contienda, de aquella línea de trincheras que iba de los montes
alsacianos hasta la costa del mar del Norte. Una distancia que marcó
el inicio de una nueva manera de entender la guerra, batallas con
nuevos medios mecánicos de destrucción, con aviación y con una
estrategia que derivó en lo que se dio en llamar como guerra de
trincheras. Dos ejércitos armados hasta los dientes separados por
unos pocos metros de distancia y metidos bajo tierra, una tierra
húmeda y llena de ratas en el corazón de una Europa que presenciaba
uno de los mayores fracasos del ser humano y que luego se vería
redimensionado con la II Guerra Mundial.
Hasta ese abismo moral
llegó nuestro paisano a finales de abril de 1916, permaneciendo
durante dos meses, invitado por el gobierno francés y de la mano del
diplomático francés Jacques Chaumié, que había conocido en los
cafés madrileños. Éste, conocedor del apoyo del escritor a la
causa gala, y como hicieron con otros creadores, le invitó a esa
experiencia que debía derivar en un libro de apoyo a la causa.
Valle-Inclán no se lo pensó, saliendo hacia París y participando
de tres recorridos en el frente: el primero en los Vosgos y la
Alsacia; el segundo en Châlons, visitando un campo de aviación; y
el tercero en la ciudad de Reims. Ese material tuvo una primera
publicación en prensa, en ‘El Imparcial’, con dos series de
entregas sobre lo allí vivido que derivaron en la publicación en
junio de 1917 del libro ‘La media noche. Visión estelar de un
momento de guerra’.
Un relato concentrado
al máximo en el que leerlo hoy todavía estremece por la
contundencia de lo escrito. Por una narración áspera, vibrantemente
alejada del Valle-Inclán modernista, y es que en este momento la
escritura de Valle-Inclán, como el mundo que lo rodeaba, estaba
mudando por completo. En ese mismo año de 1916 el de Vilanova de
Arousa publica ‘La lámpara maravillosa’, todo un manifiesto
estético de su concepción creativa que iría desde estos momentos
dirigiéndose hacia el esperpento, pero antes, en este libro, en
estos apuntes de la guerra, Valle-Inclán se adentra ya por los
senderos de la modernidad en la escritura, como estaban haciendo
otros autores en diferentes rincones del mundo (Joyce, Dos Passos,
Faulkner), analizando las posibilidades de expresión a partir del
punto de vista utilizado. La pretensión del creador de ‘Luces de
Bohemia’ con estos pequeños capítulos es ofrecer un fresco
simultáneo de lo que sucede en un mismo momento, una especie de
perspectiva aérea de conjunto, una agrupación de tiempos y acciones
que propician una síntesis global desde la narración de pequeños
asuntos del día a día. Se escapa de la gran batalla, de la gran
gesta, y todo se reduce a la mirada intensa del reportero y lo que
pasa ante sus ojos. Y ahí es cuando Valle-Inclán descerraja su
escritura de noches en las que las luces de las ráfagas de las
ametralladoras salpican la oscuridad, de caballos y soldados
despanzurrados, de un lodo cada vez más denso en el que debido a las
lluvias constantes y el aumento de muertos convertía las trincheras
en enormes nidos de ratas.
Todo ese infierno
Valle-Inclán lo condensó en un pequeño cuaderno anotando lo que
veía y lo que le contaban, con tachaduras y correcciones, un texto
vivo y vívido. Es el ‘Cuaderno de Francia’, que ahora custodia
la Cátedra Valle-Inclán de la Universidad de Santiago de Compostela
(que culmina estos días la homérica labor de publicar sus obras
completas) y del que se ha editado una maravillosa edición
facsimilar de la mano de la especialista Margarita Santos Zas, autora
también del prólogo de la impresión, el pasado año, en Alianza
Editorial, de ‘La media noche. Visión estelar de un momento de
guerra’ con motivo del centenario de su publicación. Ambos son una
manera perfecta de seguir los pasos de Valle-Inclán en ese frente de
guerra francés que cumple cien años de su final, pero también el
mejor camino para entender los pasos hacia la modernidad en la obra
del creador del Marqués de Bradomín. Un camino que se conducirá
por el esperpento, ‘Tirano Banderas’ o ‘El ruedo ibérico’,
como singulares etapas de esa nueva narrativa.
En todos esos momentos
posteriores seguramente estarían bien presentes las imágenes
contempladas entre las trincheras, como aquel vuelo sobre el
escenario de la guerra: «Yo he volado sobre las trincheras alemanas
y jamás he sentido una impresión que iguala a esta en fuerza y
belleza», escribió Valle-Inclán. Aquel universo de horror y
destrucción formaba parte de un nuevo mundo en el que Valle-Inclán
estaba para anotarlo y para contarlo.
Publicado en Diario de Pontevedra 19/11/2018
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