No pocas veces la historia de España se ha hecho a base de costurones
ensartados con mayor o menor fortuna para aliviar los jirones en la piel de
toro de un país muy aficionado a volverse contra sí mismo. Juan Carlos I, Rey de España desde aquel 22 de noviembre de 1975,
se ha visto como un rey entre costuras, como un personaje con corona que ha
debido moverse con medida precisión en un Estado que ahora se desprende de su
figura como si de un pesado lastre (no mayor que el de otras instituciones y
personas todavía ajenas al latido de la sociedad) se tratase, para evitar otro
de esos jirones.
Descosiéndose como lo está haciendo España en los tres frentes esenciales
que sustentan a cualquier Estado, el político, el institucional y el territorial,
el Rey Juan Carlos I actúa como los elefantes y busca su territorio original en
sus últimos días, el de la devoción y el sacrificio por su país y, si en un
tiempo fue su presencia la aguja necesaria para cerrar el saco con el cadáver
del franquismo dentro y la destreza para tejer una nueva sociedad con el punto
de cruz de la Transición ,
ahora es su marcha la que alivia las tensiones que muchos, él y los suyos
también, porque no decirlo, se encargaron de ir adhiriendo a esta España
exhausta de tanto saqueo y tanto sangrado. Agotados llegamos todos a estos casi
cuarenta años de restauración monárquica y en un cierto estado de hipnosis. El
grito electoral del pasado 25 de mayo no ha hecho más que sacarnos a todos del
trance y de paso dar la puntilla a mucho de lo que desde la muerte del dictador
se ha ido corrompiendo. ¡Para qué muchos hablen de lo inútil que es votar!
Siempre se ha alabado en Juan Carlos I una cierta intuición para saber
qué hacer en ciertos momentos límite. Lo hizo con Adolfo Suárez y la noche del 23-F y es posible que ahora lo haya
vuelto a hacer. Su paso a un lado significa renovación, aire fresco, un cambio
de imagen y la asunción de que ya todo es diferente al que ha sido su tiempo.
Eso es de valorar (claro, que sin que peligre el sistema monárquico), pero no
todos lo han sabido ver así y todavía son muchos los que siguen sujetos a
poltronas y cargos, a remuneraciones y componendas, pero quizás ahora tengan
mucho más cerca su fin y se vayan tras el Rey en el destierro de un tiempo que
ya muchos no quieren vivir porque no es el suyo, y a los que nadie ha
preguntado si les gusta o si no, si están de acuerdo con él o si optarían por
el cambio de todo un entramado muy circunscrito a aquella España de los
setenta, pero que dejó muchos hilillos de los que lentamente se ha ido tirando
hasta el punto de que se nos han quedado las vergüenzas al aire.
El otro acierto del movimiento del Rey es el de dejar a su sucesor en una
suerte envidiable y con la seguridad de su aceptación, con unas dudas y un
riesgo calculados y asumibles por la propia corona, y por una España que
todavía no acaba de creer en la llegada de la República. Felipe de
Borbón «tan rubio, tan fino, tan tieso, tan alto, tan cachas, qué agobio,
hija...» que cantaba Sabina, tiene
la oportunidad de recoger la aguja de su padre para seguir suturando a esta
España que hoy ya es mucho más suya que de su padre. El relevo generacional,
que tan mal casa con el concepto de monarquía, pero que ante el pulso del
pueblo puede ser su propia válvula de supervivencia.
Ojeo las páginas de aquellos días de noviembre de 1975, con un país
repleto de temores ante su inmediato futuro. Esperanzas e ilusiones que
permanecían ocultas entre las sombras de un pasado todavía presente y en ellas
encuentro un titular: «Comienza una nueva etapa en la historia de España». Un
corta y pega de casi cuarenta años nos llevaría hoy a estar en la misma
situación, eso sí, ninguno de nosotros somos los mismos y aquellas sombras son
ahora las nuestras, las que han creado los que están a nuestro alrededor y que
solo a nosotros nos corresponde despejar. Un paso ya está dado, pero todavía
quedan muchos más por dar.
Aquel mismo día en el que Juan Carlos I era proclamado Rey, Diario de Pontevedra anunciaba el
estreno en el Cine Victoria de ‘El
Padrino. 2ª parte’ que venía de recibir seis Oscars. Vaya por delante que nada
más lejos de mi intención que mezclar a los Borbones con el clan de los Corleone, pero sí que en este momento
del traspaso de poderes en la saga real uno empieza a pensar en lo importante
que es la supervivencia de la familia, que el poder no se escape de las manos y
corroborar aquel eslogan lampedusiano de «Que todo cambie para que todo siga
igual». Esperemos que no sea así, por el bien de todos y que si la segunda parte
de ‘El Padrino’ está considerada la mejor segunda parte de la Historia del Cine, la
llegada de un nuevo Rey suponga una mejora de quien con sus luces y sus sombras
ha sido parte de una época brillante de nuestra historia. Quizás la mejor, pero
a la que la luz de la opulencia ha ido cegando, dando las puntadas de manera
desordenada pero contando, eso sí, con el resto de unas instituciones incapaces
de asumir los nuevos retos y necesidades de un tiempo con nuevas necesidades.
Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 3/06/2014
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