VEO LAS imágenes
que prensa y televisión nos han ofrecido durante esta semana sobre la
espectacular exposición dedicada en la National
Gallery de Londres a
los Retratos realizados por Goya y no puedo dejar de pensar en cómo
Goya se hubiera enfrentado a los retratos de la España actual. En cómo, desde el talento de
su pintura, hubiera captado los matices que cada persona posee en su interior
para ofrecernos un panorama especular de un tiempo tan distinto al suyo.
Con
la Monarquía en plena retirada; la clase política rindiendo cuentas con la
justicia y con ellos mismos, haciéndolo también ante un pueblo que cada vez más
abre la boca para el pasmo y el grito; y los ilustrados de la cultura, entre la
zozobra y el acoso del IVA, Goya hubiera sacado punta a sus lápices y ajustado
los colores de sus pinceles para mostrar como el león de España afila sus
garras para rasgarse a sí mismo, para herirse en el ruido continuo y en la
distracción permanente.
No lo hubiera tenido fácil para capturar a los Borbones de hoy
en un cuadro. Ahí tienen a Antonio
López que veinte
años después de su encargo nos ofrece a una familia absolutamente distante de
lo que es hoy en día. Congelada en los tiempos de la felicidad antes de su
desintegración. Me encantaría ver como Goya retrataba a Letizia entre los restos del naufragio o cómo
plasmaría el rastro viscoso de cuñados sobre el lienzo, qué ingredientes
incluiría para definir sus papeles o cómo pintaría a un Juan Carlos I orillado
por Felipe VI en una sucesión antinatura en el
ecosistema monárquico.
Menos aún se puede pensar en Goya ante el disparate político
nacional. ¡Vaya semana! Con un caballete en permanente estado de agitación por
el que intentaría atrapar a unos y a otros, así como a los fantasmas del pasado
con bigote que cada cierto tiempo se suelen aparecer para agitar el avispero.
Ex presidentes en Consejos de Administración, ex ministros con las carteras
llenas o en dadivosos puestos, incapaces todos de desprenderse del terciopelo
ajado de la política. Cómo se reflejaría al indolente Rajoy, al
frugal Pedro Sánchez,
al envalentonado Albert
Rivera, al expectante Pablo
Iglesias a los
danzarines Miquel
Iceta o Soraya Sáez de Santamaría,
o a todo ese Senado atiborrado de avejentados anónimos para el pueblo pero con
costosos salarios.
El sueño de la razón produce monstruos y aquí los monstruos se
producen sin razón mientras el sueño cada vez nos acecha a todos, agotados por
una élite que ya ha sobrepasado todo el crédito surgido de una Transición que
de tanto sobarla se ha quedado sin brillo alguno. No duden que Goya acabaría
repitiendo su encierro final en la Quinta
del Sordo alejándose,
hastiado y derrotado, de una España así, repleta de medianías y sobre todo, y
eso es lo más triste, incapaz de valorarse lo suficiente desde el potencial de
sus individuos, cada vez más sometidos a las indolencias y crueldades de sus
gobernantes y de un sistema que cercena cualquier esperanza, cualquier futuro.
Menuda carpeta haría don Francisco de nuevos Caprichos,
aunque no se crean que sería muy diferente de la realizada en el cambio del
siglo XVIII al XIX. Si tienen ocasión revisen algunos de esos grabados, vean
sus imágenes, lean sus títulos y comentarios manuscritos y les aseguro que
enseguida los adoptarán como válidos para nuestro tiempo. Charlatanes, engreídos,
atemorizadores, egoístas, despreciadores, desvergonzados, incultos, pillos,
avaros, inútiles, vagos... todos ellos desfilan como parte de esa sociedad
disfrazada de modernidad que tan bien captó el aragonés. ¿Es tan distinta la
España de hoy de la de entonces?
Esta
exposición, que ha logrado reunir 70 de los mejores retratos de la Historia del
Arte, y prácticamente la mitad de los realizados por el pintor, sirve para
reconocer también su valentía y audacia a la hora de afrontar el retrato. Poco
le importaba a Goya el alabar al retratado, su facilidad para la introspección
psicológica le hacía poner los pies entre una cierta corrección formal y una
ironía que no rehuía cuando se enfrentaba a algún personaje que no era de su
agrado. Entre eso y las iconografías que se iban desperdigando a lo largo del
lienzo en forma de objetos o símbolos, por supuesto ilegibles para el pagador,
Goya se convirtió en un pintor deslumbrante, surgido del tiempo de las luces
para repeler tantas y tantas sombras como se posaron a su alrededor. Ya solo
nos queda imaginar cómo afrontaría las sombras del hoy, aunque quizás, para
ello, tan solo fuese necesaria la solitaria cabeza de un perro semihundido en
la arena.
Publicado en Diario de Pontevedra 10/10/2015
Genial reflexión!
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