xoves, 23 de abril de 2020

Desasosiego/ 36. Sin el dolor no habríamos amado



SI ESTE MUNDO siguiese rodando como lo venía haciendo hasta hace unas semanas (que no digo yo que lo estuviese haciendo de la mejor manera posible) hoy el terciopelo rojo del Premio Cervantes acogería los pasos de un poeta al que laurear su cabeza y honrar sus palabras. El catalán Joan Margarit tendría que hacer, entre los rubores propios del día, ese paseíllo, y nos regalaría un discurso por el que pondría la mano en el fuego en lo relativo a su apego a la condición humana, alejado de efectistas distracciones, y en el que el paso del tiempo sería un diapasón que marcaría unas inteligentes palabras.
¿Y ustedes se preguntarán cómo estoy tan seguro de tanto bondadoso calificativo? Pues de pocas convicciones soy más consciente que de esta. Leer la poesía de Joan Margarit te hace entender a su creador y saber cuáles son sus intenciones en su paso por este tránsito. Una poesía que me acompaña desde hace varios años, a la que llegué tarde, pero nunca es tarde cuando lo que hay al otro lado del desierto es un oasis en el que siempre encuentras sombra fresca con la que explicarnos, porque de esto hay mucho en su poesía, un emocionante intento por medir lo que somos, nuestras oscuridades y nuestras luces. Una lucha permanente que la palabra pone en su lugar. Siempre la palabra.
El último de esos oasis es el propuesto a partes iguales por el editor Chus Visor y el propio poeta. Una antología personal seleccionada por Joan Margarit que de entre todos sus poemarios recupera una serie de poemas en la que quizás lo importante sea los que no están, aquellos poemas que, desterrados de la gloria, sirven para ensalzar a los que sí podemos leer en este ‘Sin el dolor no habríamos amado’. El epílogo que firma Joan Margarit en este libro habla de esa selección personal, ese buscar entre el hatillo de poemas aquellos que sirvan, empleando sus palabras, para «higienizar el mundo», mientras un mal poema lo que hace es ensuciarlo. Poemas que deben siempre hablar del ser, con ese carácter existencial que su poesía sabe gestionar como un rastreo de sí mismo, un mirarse al espejo para esa dura tarea que es convertir lo vivido, lo sentido, lo íntimo, en algo público.
En catalán y en castellano el poemario hace de ambos troncos una posibilidad común, la del diálogo con el lector de una manera diáfana, donde la poesía asume el dolor como parte de la vida y la mejor manera, sino la única, de entender lo mucho que se puede amar. En estos días de dolor y amor lo sabemos bien. Arquitecto y poeta, pocas poesías nos construyen mejor que estos versos que hoy son honrados en un día inquietante, como lo están siendo todos estos días del desasosiego.





Publicado en Diario de Pontevedra 23/04/2020

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