[Ramonismo 21]
En la frágil sencillez del nuevo texto literario de David Trueba se esconde una hermosa lírica sobre la vida en la adolescencia
UNA
PANDILLA de amigos pasa una Semana Santa en un pueblo de vacaciones. Jóvenes
que, dentro de su inocente cotidianeidad, perciben que la vida es mucho más que
eso que se mueve entre sus juegos y desafíos. ‘El río baja sucio’, editado por
Siruela, es la última novela de David Trueba y la propuesta de un libro que,
desde una aparente fragilidad, encierra elementos vislumbrados, desde los ojos
de la adolescencia, como episodios de una vida adulta que pronto será la suya.
Un
libro hecho para disfrutar, tanto por parte de su autor, que así se intuye
haberlo hecho en la reconstrucción de esos fragmentos de vida, llenos de
felicidad, que se instalan en el interior de las personas como una Ítaca a la
que es necesario regresar cada cierto tiempo a lo largo de nuestra existencia;
como por un lector que enseguida se siente parte de ese grupo de chavales
alumbrados por el descubrimiento del mundo de los adultos a través de las
enseñanzas que la propia vida les va ofreciendo, en unos días aparentemente
intrascendentes.
David
Trueba alrededor de los personajes construye un ecosistema en el que se
introducen elementos relacionados con el deterioro medioambiental, en una
metáfora de la pérdida de esa pureza de los jóvenes ante la apertura de un
nuevo tiempo. Ese río que baja sucio con el que se titula el libro es el
deterioro de un paisaje, exterior, pero también interior, en el que los
intereses económicos, las perversiones políticas, pero también las de una
sociedad en la que la televisión del cotilleo, la omnipresencia del fútbol o
las derivas del periodismo, son también un grave perjuicio para nuestro ecosistema,
más allá del natural.
Pero
ese libro de amistad es, desde su amabilidad y franqueza, una extraordinaria
oportunidad para hacer de la lectura ese acto de disfrute que muchas veces los
propios escritores pervierten en base a unos ejercicios literarios tan
sofisticados que van contra sí mismos. David Trueba nos ha presentado otros
libros en los que había una experimentación más profunda en lo narrativo.
Tiempos, personajes, geografías que destilaban una escritura tan compleja como
interesante. Libros como ‘Tierra de Campos’, ‘Blitz’, ‘Saber perder’, ‘Cuatro
amigos’ o ‘Abierto toda la noche’, nos han mostrado esa constante
experimentación en un territorio al que David Trueba, afortunadamente ha
llegado hace tiempo para quedarse, en paralelo a su conocida faceta como
cineasta. La bendita sencillez en la escritura de ‘El río baja sucio’,
establecida de manera lineal a lo largo de una Semana Santa, con unos
personajes muy bien definidos y en una localización muy concreta, parece
rebelarse contra esa otra escritura anterior, trabajando desde esa trasparencia
para buscar nuestro reflejo en esta historia. Todos tenemos las vacaciones de
la infancia como un lugar especial dentro de nuestra memoria íntima, de ahí que
pasemos cada página de este relato como si nosotros formásemos parte de él con
nuestra doble mirada: la del adolescente, a partir de la cual todo tiene algo
de aventura y de descubrimiento, desde los lazos de la amistad al primer amor,
o lo que entendíamos como amor, que solía condensarse en una caricia, una
mirada o el olor de un perfume o una piel; pero también la del adulto, la de
unos padres que miran a sus hijos como si fuesen una película de sus propias
vidas, recuperando antiguas amistades como un aroma del pasado que les lleva a
sentir algo similar a lo que sus propios hijos. Ese engranaje común es el
miedo, los ojos del temor ante lo desconocido, o ante lo que se nos ha hecho
pensar a través de comentarios o sombras del pasado que hoy pueden ser ya
diferentes. Como en la famosa y ejemplar película ‘Matar a un ruiseñor’ de
Robert Mulligan, una casa es la que esconde lo extraño, aquello que puede
distorsionar nuestra felicidad. Los adultos no quieren que los jóvenes se
aproximen a ella conocedores de lo que se esconde en su interior, pero también que
ese contacto puede abrir una caja de Pandora de la que salgan los fantasmas del
pasado alrededor de todos ellos.
Pero
más que temer a las sombras los protagonistas deberían temer a la realidad, a
todo este mundo que les y nos rodea, distrayéndonos de las proximidades entre
las personas, del contacto entre nosotros y del disfrute de todo aquello que
este repleto de autenticidad, nuestra naturaleza. ‘El río baja sucio’
también es un grito sosegado contra lo más perjudicial del ser humano, los
comportamientos más innobles y que atentan contra esa vida que, de no ser por
ellos, sería todavía más bella. El libro está lleno de cargas de profundidad
contra esta sociedad que hemos armado a nuestro alrededor. «La imbecilidad ni
se crea ni se destruye, solo se transforma», escribe David Trueba, y esa
lucidez es la que recorre este hermoso libro, pero también sus artículos en
prensa, cita imprescindible en ‘El País’ como bálsamo ante tanta imbecilidad
como asoma cada vez con más desfachatez en ese país. Pero también sucede así en
sus películas, su faceta pública más conocida. David Trueba ha compuesto cantos
enormes contra la imbecilidad. Títulos como ‘Vivir es fácil con los ojos
cerrados’, ‘Madrid, 1987’, ‘Soldados de Salamina’ o ese excepcional documental,
‘La silla de Fernando’, alrededor de las reflexiones del inolvidable Fernando
Fernán Gómez, lo confirman.
Echarse
al agua de este río es, paradójicamente, apartar la contaminación que nos
acecha y vernos así reflejados en unas aguas que, como en un espejo, nos acogen
para soñar con nuestra juventud, pero, sobre todo, para soñar con lo que somos.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 25/04/2020
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