Uno
de nuestros cinco premios Nobel de Literatura estuvo de cumpleaños. El 26 de
abril de 1898 nacía en Sevilla Vicente Aleixandre. Un poeta mayúsculo que
enhebró la poesía española del siglo XX desde su longevidad y su capacidad de
empatizar con las sucesivas generaciones de poetas. Ellos lo consideraban una
especie de demiurgo, que hizo de su mítica residencia madrileña, Velintonia 3,
un refugio para la palabra y la complicidad, para la resistencia ante el gris
de un cielo que no pocas veces descargó su tormenta sobre un país bajo el yugo
franquista.
Si
existe algún bálsamo realmente efectivo durante estos días del desasosiego que
estamos a vivir, ya no sólo por el castigo de un virus asesino y desbocado,
sino también por tanta palabrería ajena a cualquier tipo de esperanza y de
apoyo ante la adversidad, ese procede de la poesía, y en pocos refugios esta se
puede encontrar de manera tan acogedora como en los poemarios de Vicente
Aleixandre, reunidos en una espléndida edición a cargo de Lumen, ‘Poesía
completa’, coordinada por Alejandro Sanz, gran conocedor de su poética y
defensor, desde la ‘Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre’, de una causa a
la que esta sociedad sigue negando sus favores, o mejor dicho, sus
obligaciones.
Yace
la casa del poeta, aquella Velintonia 3, ajada por el tiempo, agrietándose ante
el desprecio de unas autoridades incapaces de dar una solución a una vivienda
que podría recuperarse como aquello que siempre fue, refugio y altavoz de la
poesía. Una suerte de cátedra arquitectónica que nos sirviese para estudiar y
acercarnos a la poesía española de ese siglo XX que el propio Vicente
Aleixandre estructuró como un gran tronco desde la aparente fragilidad de su
cuerpo. Mientras, su poesía era firme y recia, con su origen en lo surreal, por
donde comenzó a brotar el amor como una savia que ya no tendría remate en su
circulación. A partir de ahí la innovación, la experimentación formal y el
construir una poesía cada vez más armada desde el tiempo y su insobornable paso
a paso hasta el fin, en el que la juventud vuelve a florecer. En ese final
llegó el Premio Nobel, era 1977. Los cielos ya no eran tan grises y la poesía
de Vicente Aleixandre resonaba desde el silencio de una cueva en el que de
manera ajena se vio confinado, por el peso estelar de otras figuras de su
generación, aquella Edad de Plata de 1927 que alumbra permanentemente desde una
pléyade incomparable.
Échense
a su poesía durante estos días, no les defraudará, les dará sosiego y caricia,
y al tiempo piensen que aquellas paredes en las que se parieron todas estas
palabras sufren el virus del desprecio y la falta de sensibilidad de quienes se
niegan repetidamente a recuperarlas como parte de nuestro patrimonio y de una memoria
que nos ayude a ser mejor sociedad.
Publicado en Diario de Pontevedra 27/04/2020
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