TIRO
del hilo que nos dejó el pasado sábado mi compañera de opiniones en este medio,
nuestra enormísima cronopia, Mercedes Corbillón, al hacer mención en su
artículo al relato de Herman Melville, ‘Bartleby, el escribiente’. Si quieren
que les sea sincero, no sé si prefiero hablarles del libro de Melville o de los
artículos que Mercedes Corbillón nos está ofreciendo (regalando), en unas
páginas que la llevaban aguardando demasiado tiempo, como se espera todo lo que
merece la pena. Pero bueno, tiempo habrá para las alabanzas a la librera y toca
seguir ese hilo para proponerles, en estos días del desasosiego, un texto de
sesenta páginas en mi edición de bolsillo de Austral, que abulta muy poquito en
mi montañita de recomendaciones para estos días y que Mercedes Corbillón ha
agitado como un avispero reclamando su protagonismo.
No
les llevará mucho tiempo su lectura, pero si nunca lo han leído se quedarán ya
para siempre aferrados a este relato que nos proporciona una inquietud similar
a la que estamos viviendo durante estas semanas distópicas. La historia es la
del empleado en un bufete que ante las sucesivas órdenes de su jefe no deja de
contestar una y otra vez: ‘preferiría no hacerlo’, que va, de manera progresiva,
consiguiendo aumentar la perplejidad inicial hasta conducirnos a una situación
kafkiana que, pese a su extrañeza e incomprensión, hace que no puedas salir de
esa convulsa espiral. Pero el libro también ofrece otro vínculo con nuestra
situación actual, al convertir la soledad en uno de los elementos fundamentales
de este relato que, paradójicamente, se ubica en una metrópolis como Nueva York
y la inmensidad de un mundo moderno en el cual comienzan a intuirse ciertas
perversiones capaces de provocar extrañas reacciones en el ser humano.
Lo
cierto es que uno no se cansa de leer esta narración, ya que siempre ofrece
nuevas aristas. Y todo esto es gracias a la capacidad literaria de su autor,
Herman Melville, sí, el creador de esa obra mayúscula («la novela infinita» que
llamara Borges) de la historia de la literatura que es ‘Moby Dick’, con lo que
todavía sorprende más asomarse a estas pocas páginas, capaces de contener
tantos ricos matices, frente al océano literario que supone la búsqueda de la
ballena blanca y sus maravillosos cientos de páginas.
El
triste destino de Bartleby deja un largo rastro literario hasta nuestros días.
El de la observación del ser humano dentro de la sociedad y cómo este ámbito
colectivo se acaba imponiendo al ser individual hasta límites insospechados.
‘Preferiría no hacerlo’, se ha convertido en uno de los grandes adagios
literarios y uno de esos gritos sordos que el hombre puede llegar a pronunciar
en situaciones críticas. Lean a Melville y, como no, a Mercedes Corbillón. ¡Ay,
Bartleby!, ¡Ay, humanidad!
Publicado en Diario de Pontevedra 28/04/2020
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