xoves, 30 de abril de 2020

Desasosiego/ 43. Punto de vista

Vecinos asomados a sus viviendas en Pontevedra
aplaudiendo a los sanitarios (Gonzalo García)

Medición de distancias

si una ciudad no late, 
hasta un árbol es nada
y un balcón es tronera
o precipicio.
Serás el prisionero
a quien nadie vigila,
en propio pecho encarcelado.

Entiende lo incomprensible
y ámalo. Ocupa el revés del intento:
sé cardo, cuando llegaste como lana,
piedra, cuando, hilo de seda, flotarías.

Ida Vitale

En una de las escenas más conocidas de ‘El club de los poetas muertos’ el profesor que encarna Robin Williams hace que sus asombrados alumnos rompan la férrea disciplina de su colegio y se pongan de pie sobre sus pupitres, y todo ello ¿para qué? pues para comprobar cómo las cosas se ven de distinta manera en función del lugar que ocupemos en la vida, intentándoles inculcar la idea de que debemos mirar las cosas constantemente de un modo diferente.
Estas semanas de confinamiento, estos días del desasosiego, si a algo nos están obligando es a cambiar nuestro punto de vista sobre numerosas cuestiones sobre las que quizás nunca antes habíamos reflexionado, debido a nuestras importantes urgencias diarias, que ahora estamos viendo que no eran ni tan urgentes ni tan importantes. Los días van pasando y vemos más cerca el salir de nuestras jaulas, pero todavía, cada vez que nos asomamos a esas ventanas, es cómo si nuestra manera de ver la realidad se hiciese de manera distinta. Desde ese punto elevado en el que estamos, como si fuéramos los alumnos del profesor Keating, intentamos ver la esperanza de nuestros sanitarios luchando denodadamente frente al virus, pero también a todos esos trabajadores que han aguantado estas semanas de manera firme y disciplinada en sus puestos de trabajo, permitiendo que el resto de personas normalicemos nuestras vidas de la mejor manera posible. Seguro que nunca hemos pensado en un charcutero, un pescadero, un quiosquero, un transportista o un farmacéutico como profesionales de esos que se califican como esenciales. Pues ya hemos visto como sí lo son, como toda profesión tiene dentro de la sociedad un papel relevante que desempeñar, pese a que su costumbrismo muchas veces no nos deje que lo parezca y, por lo tanto, valorarlos como se merecen.
Esa altura, desde la que observamos nuestras calles, a buen seguro que ha provocado también en nosotros una nueva mirada hacia la ciudad. Una mirada más cómplice y menos anecdótica de lo que podría ser con anterioridad al estado de alarma, cuando salíamos a la ventana como un acto más de nuestras vidas, cargado de inocencia. Esa inocencia quizás ya no vuelva más y ahora, cada vez que nos asomemos a esas ventanas, miraremos la ciudad como un conjunto de latidos, como una suma de acciones que nos dan pleno sentido como comunidad. «Si una ciudad no late,/hasta un árbol es nada/y un balcón es tronera o precipicio», escribió la poeta Ida Vitale. Pocas ciudades laten como Pontevedra, con sus calles reconvertidas en canales de vida, recuperando una componente humana a la que vemos también como esta crisis va a obligar a muchas ciudades a reconvertirlas en algo muy parecido a lo que es Pontevedra. De no sentir esos latidos nuestros balcones y ventanas serían como un precipicio al abismo por donde nos moveríamos como zombies. La vida de nuestra ciudad ahora se sube a nuestros pequeños reinos como una enredadera para hacernos partícipes de la tribu, con un contacto mucho mayor con nuestro territorio.
Un punto de vista que también se ha modificado en relación a nuestros vecinos. Tantas veces ajenos a ellos, números y letras sin nombres, casi sin caras, a los que ahora observamos también como copartícipes de una distopía en la que nunca pensamos vernos inmersos, pero que ahora aceptamos como grupo. Dibujos, músicas o acciones de lo más variopinto, intentan dinamitar el tedio con la mejor voluntad, convirtiendo esa cooperación en un instante de esperanza. Pero también podemos pensar en cómo todo esto puede afectar a la piel de nuestras ciudades. Desde nuestras casas vemos las otras casas, esos paneles oradados de manera demasiado tímida, convertidos en colmenas arquitectónicas en las que un balcón es una especie de tesoro revalorizado, ahora, desde la necesidad de aire. Habitamos unos pisos en los que cada metro cuadrado se aprovecha hacia el interior, despreciando lo común, o aquello que nos permita respirar. ¿Cambiarán mucho los pisos en un futuro? Quizás debíamos plantear la casa como un lugar intermedio entre el interior y el exterior, entre lo familiar y lo laboral. La irrupción del teletrabajo, uno de los grandes descubrimientos de esta crisis, definirá también la disposición de las viviendas futuras como un ingrediente más.
Esta crisis, lejos de hacernos agachar la cabeza, o de enfrascarnos en las miradas cortas que tanto estamos viendo, sobre todo desde las atalayas políticas, debe voltear la mirada hacia lo que nosotros mismos somos capaces de ver desde este punto de vista nuevo, desde el que la vida, y un cruel virus nos han obligado a mirar. Intentemos ver las cosas de manera diferente a cómo lo veníamos haciendo, porque aquella mirada anterior ya no nos vale.



Publicado en Diario de Pontevedra 30/04/2020




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