[Ramonismo 49]
Una estancia
romana agita en Manuel Vilas una exuberante poesía capaz de registrar la
belleza e intuir el drama
SI ALGO ES
CAPAZ de lograr una ciudad como Roma es la posibilidad de conceder la eternidad
a todo aquel que comparte su visión, su tacto, su magnificencia y una mezcla de
herrumbre y dignidad histórica que invade sus calles y plazas. Si eso lo logra
con el turista atento, con el que intenta entender esa urbe y buscar
complicidades ajenas a las masificaciones de los tiempos anteriores a la peste,
cuanto más lo hará con un poeta, y con uno de raza, de los que no necesitan
subir a la montaña para tañer una lira en busca de inspiración, sino que a esta
la convoca en nuestros días ordinarios, ante una lámpara de una mesilla de
noche de hotel, observando una plaza llena de turistas, disfrutando de un café,
en una óptica a la que es preciso acudir a ajustar la visión ante una nueva
perspectiva. Porque ahí, precisamente ahí, es donde un poeta como Manuel Vilas
hunde su pluma, en un tintero lleno de imágenes cotidianas, de escenas en
las que constantemente se mide el yo con la ciudad, su historia y la belleza.
Ese es el diapasón que va generando cada uno de estos poemas que retumban en el
interior del lector, más aún si quien los lee ha visitado esos espacios romanos
reverdeciendo viejos laureles de esa eternidad gozada entre foros y templos
barrocos.
Cada poema de
este ‘Roma’, editado por Visor, se convierte en un tiempo contenido, en una
detección de la finitud del poeta, del hombre, frente a esas piedras y mármoles
por las que tantos han pasado sus manos y agitado sus corazones.
Esa conexión
con lo real, con los latidos de las vías romanas, es lo que da lugar a lo que
Juan José Millás califica como «poesía-documental», un sumatorio de
posibilidades que asaltan al visitante en la ciudad, donde sabores, olores,
visiones, roces y sonidos componen un poético itinerario de los sentidos que
Manuel Vilas, desde su estancia justificada por una Beca Valle-Inclán en la
Academia Española de Roma, convierte en palabras que traducen ese universo de
sensaciones que como pocas otras ciudades del mundo concede Roma como un regalo
sagrado. Por ella, desde ella, a partir de ella, Manuel Vilas se hace también
eterno desde los diferentes capítulos del poemario que balizan todo ese
tránsito, desde su llegada hasta su marcha bajo las largas sombras de una
maldición en forma de virus, también con infidelidades motivadas por bellezas
redentoras, como las de Florencia o el sur de Italia. Esa eternidad será
también la que defina otra presencia permanente en el libro, la de la finitud
del poeta, la persona que entiende que ha cruzado el Rubicón de una edad que
inteligentemente le obliga a medirse con ese universo atemporal en el que pasa
las horas, tan concretas, tan determinadas, tan de un instante, frente a ese
inmenso devenir de los siglos materializado en una geografía urbana entre lo
apoteósico y lo abrumador frente a nuestra caducidad, frente a nuestra
minúscula presencia, porque así se configuró esta ciudad, desde la exaltación
del poder, tanto el humano de los Césares, como el divino de la Iglesia.
El poemario
viene a resituar a Manuel Vilas en el itinerario de la poesía tras sus éxitos
novelísticos de los últimos años, siempre prendidos de una íntima poética, de
sus libros ‘Ordesa’, el libro del año en España en 2018 y cuyas traducciones a
otros idiomas no cesan; y ‘Alegría’, finalista del Premio Planeta 2019 y
adhiere este ‘Roma’ a su ‘Poesía completa (1980-2015)’ también editada por
Visor y con la que nos acompañó en Pontevedra en la última edición de
PontePoética reivindicando esa mirada sincera a lo real, a lo tangible de la
convivencia diaria que siempre impregna su obra, tanto la poética como la
narrativa, si es que se puede diferenciar una de otra.
Ahora es el
turno de la Vía Venetto, de Fellini, de la Estación Termini, de fuentes,
esculturas y luces, pero también el de una maldición que nos asola y que
comenzó a recorrer las calles romanas como una plaga bíblica, despojándolas de
vida y ciñéndonos a una situación que la poesía, como nosotros mismos, intenta
desentrañar desde el desconcierto.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 19/12/2020
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