Política y literatura se entrecruzan en el ensayo ‘Todo lo que era
sólido’ para colocarnos ante lo sucedido en este país en las últimas décadas.
Una subida al cielo y un descenso a los infiernos de manera vertiginosa.
«Nada importó demasiado mientras había dinero. Nada importaba de verdad.
Podíamos estar gobernados por incompetentes o por ladrones o por ignorantes o
por gente que reunía las tres cualidades a la vez: por mal que lo hicieran la
economía prosperaba empujada por el doble espejismo del dinero barato y de la
burbuja inmobiliaria; por mucho que robaran y por muchos parásitos a los que
les permitieran chupar de la administración había tanto dinero que seguía
sobrando para casi todo». Este es uno de los comienzos de los diferentes
episodios que conforman el libro ‘Todo lo que era sólido’ un largo ensayo
editado por Seix Barral con el tiempo sobrevolando cada una de sus reflexiones
sobre aquello en que se convirtió este país tras la dura travesía por los años
franquistas y en lo ha acabado en estos momentos de descorazonadora zozobra.
Con un pie en España y otro en Nueva York, donde reside gran parte del
año tras haber pasado por la dirección del Instituto Cervantes en aquella
ciudad, pocos como él para diseccionar la realidad de este país grangrenado por
sí mismo y los comportamientos de unos dirigentes que en escasas ocasiones han
tenido la altura de miras como para sacar de este país todo lo que podía
ofrecer. Como en ‘El retrato de Dorian Gray’,
Antonio Muñoz Molina, coloca a España frente a la belleza de un retrato
ante el que se ha estado recreando en su hermosura, en un indominable y
avasallador hedonismo, mientras, en realidad, diferentes males iban
corrompiendo su piel hasta convertirse en un pudridero que ahora ha emergido,
salpicándonos y despertándonos de nuestro encantamiento, como en la parte final
de la novela de Oscar Wilde. Desmadejado y perdiendo a chorros las grandes
conquistas que este país ha conseguido -sobre todo en cuestiones como la
educación, la sanidad o la igualdad ante la ley- es precisamente al ver cómo
esos jirones nos condenarán a años de penurias, cuando Muñoz Molina nos
aporta decenas de atinadas reflexiones
que durante todo el libro no hacen más que retumbar en nuestra cabeza en forma
de una pregunta ¿cómo hemos podido llegar hasta aquí?
Para intentar responder a esa pregunta el autor lleva realizando durante
los últimos años numerosas anotaciones, apuntes que levantan acta de un sinfín
de incongruencias impensables en cualquier otro país, pero que encajan
perfectamente en aquello que se ha dado en llamar de forma ampulosa la
idiosincrasia del pueblo español. Conductas, comportamientos, egoísmos,
miopías, ignorancias, osadías, temeridades y en definitiva actitudes que,
ancladas en la noche de los tiempos de este país (el propio Cervantes ya fue
pionero en esa denuncia), se han visto envalentonadas por el vil metal y un
fulgor que nos ha ofuscado hasta el punto de que ahora una especie de castigo
divino nos ha sobrevenido en forma de un deterioro económico, político y social
que parece habernos cegado a la hora de encontrar soluciones.
Esos apuntes se han visto ampliados con la consulta a la hemeroteca, ese
notario atemporal que no admite discusión, solo la razón de la evidencia, y
allí, ante lo que fuimos, pasando páginas y más páginas, el autor ha rastreado
ese proceso de engorde a base de dinero fácil, de arquitecturas orgiásticas a
costa de la devastación de nuestros paisajes, de burbujas que se amparaban
desde las estructuras del Estado, de truculentos empresarios, de personajes
arribistas, de construcciones tan injustificadas como inútiles en su
utilización final, pasando por la incompetencia de quienes ostentaban cargos
sin merecimientos, simplemente por adscripciones a los grupos de poder, los
fastuosos gastos en fiestas de dudoso gusto o esas derivas nacionalistas que
han ido estirando este país desde su centro hacia un exterior que,
lamentablemente, siempre caía de bruces en el mar en vez de viajar y abrirse al
mundo o a otras percepciones de la realidad social.
¿Y ahora qué? Aire. “Todo lo que era sólido se ha desvanecido en el aire”.
Un aire que deberíamos aprovechar para alentar nuestra responsabilidad como
seres de una colectividad, como eslabones de una cadena que hay que levantar
para, serenamente, buscar una salida, un camino que no nos vuelva a intrincar
en los senderos oscuros que otros han cogido, en muchos casos, no lo olvidemos,
amparados por nuestra permisividad, por el dejarse llevar ladera abajo de la
bonanza económica. Un tiempo que ha pasado y que ha dejado atrás gran parte de
lo mejor de nosotros mismos, de la ilusión por crecer como colectivo, de
valorar un esfuerzo ahora arrastrado desde un sentimiento de abatimiento que lo
ha enfangado todo y que difícilmente permite movernos con la libertad necesaria
para superar esta situación.
No estaría de más que a partir de ahora a cada uno de nuestros
representantes públicos, tras el
juramento de su cargo, se le haga entrega de uno de estos libros para que
repose en su mesita de noche y así, justo antes de acostarse, poder leer algún
fragmento. Pueden hacer ustedes la prueba, cójanlo y ábranlo al azar por alguna
de sus páginas, en cualquiera de ellas hallarán algún rasgo que nos identifica
y que subraya alguna de nuestras perniciosas derivas, las que nos han traído
hasta aquí, hasta este mar embravecido con escaso calado en el que día a día
vamos haciendo encallar a este país, en el que por otra parte son tan
importantes son este tipo de voces. Voces como la de Antonio Muñoz Molina para,
desde su compromiso literario, presentarnos cómo somos, pero sobre todo, para
generar ese estado de reflexión cada vez más ajeno a todos nosotros, distraídos
por televisiones tan huecas como las cabezas de sus rectores, por la falta de
lectura y por políticas completamente ajenas al ser humano orillado desde el
momento en que dejamos de ser sólidos para ser solamente aire.
Relaciones Esporádicas/3. Publicado Diario de Pontevedra 18/03/2013
Fotografía Rafa Fariña
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