Cuando Morante sonríe en una plaza es que algo grande está pasando. Y
ayer pasó, ¡vaya que si pasó! No acostumbra el de la Puebla a exhibir su sonrisa
ante el toro, más bien taciturno, con semblante serio y acusada introspección,
siempre dándole vueltas a sus cosas, que ya son bastantes ante un ‘bicho’ de
esos, como para además andar componiendo una sonrisa. Pero en ocasiones esta
emana de forma natural, sin que uno se lo haya propuesto, y es entonces cuando
la incandescencia del toreo se activa para que el frasco de la torería se abra
y brote de él el buen gusto, el sentimiento y la inexplicable comodidad que
solo un torero, en un instante mágico, es capaz de permitirse ante el toro.
Cuando la plaza atronó en una ovación como no se recordaba por estos
pagos y tras haber pinchado seis veces al toro, ¡seis!, Morante abrió los ojos
y se despertó del hechizo. Y las hordas gallegas estaban allí, frente a él,
bramando que ríase usted de ‘Braveheart’. Entonces comprendió la razón por la
que había decidido ser torero: poder lograr esos pases mecidos con la mano
derecha, tan profundos que casi encuentra bajo la plaza de A Moureira las
astillas desprendidas de la construcción de la Nao Santa María. Era
entonces cuando emergía el silencio y los olés convertían su faena al quinto en
una oda a la inspiración, al duende, a lo que tantas veces se ha dicho de
Morante y que se lee en libros y revistas, y a veces se ve en televisión
(pocas) pero que aquí nunca habíamos visto cara a cara. La espada cumplió su
función maligna y arrastró por el túnel de la memoria los trofeos, pero el
triunfo ya se había logrado, y en esa memoria están ya todos los que ayer
vieron torear a Morante de la
Puebla. Decía Ignacio Sánchez Mejías que «el capote en suma
es la imaginación», y Morante de la
Puebla derrochó imaginación en la tarde de ayer dibujando en
el aire hasta seis verónicas seguidas a su primer toro y un quite por
chicuelinas de dulce, rematadas con una media. Pero ayer Morante no era solo el
del capote, también fue el de la muleta.
Sebastián Castella conoce cómo abrir la puerta grande de la plaza de
Pontevedra, ya que rara es su aparición en este coso en la que no triunfe. Y si
a eso se le suma un Alcurrucén, miel sobre hojuelas. A esta misma ganadería el
año pasado le cortó tres orejas, y ayer su toreo de gusto antiguo, clavado en
el centro del coso, tal y como vimos en unas buenas tandas a su primero, junto
con la efectividad del acero en ambos, le valieron para abrir de nuevo la
puerta del éxito.
Enrique Ponce fue quien inauguró la tarde, los datos que circulaban por
la plaza decían que con esta eran 17 las tardes en las que el torero ha pasado
por este coso. Y lo cierto es que durante estas 17 tardes casi siempre se ha
visto la misma faena, con más o menos emoción, pero similar en el repertorio.
Ponce toreaba al cuarto, y en ese momento se volvía a dibujar en el aire, no ya
el rastro de la verónica de Morante, sino las volutas de un habano que como
suele hacer, se fumó el sevillano. Era el humo de la gloria, el humo de la
inspiración bajo una sonrisa.
Toros de la ganadería de Alcurrucén.
Bien presentados y de juego desigual.
Segundo y quinto aplaudidos en el arrastre.
Enrique Ponce. Pinchazo y
media estocada (saludos desde el tercio), pinchazo, casi media y descabello
(aplausos).
Morante de la Puebla. Espadazo
ligeramente desprendido (oreja), Seis pinchazos y estocada ladeada (atronadora
ovación y vuelta al ruedo).
Sebastián Castella. Gran
estocada (oreja), estocada ligeramente desprendida (oreja).
Primera corrida de la feria
de A Peregrina. Cerca de tres cuartos de entrada. El festejo estuvo presidido
por José Manuel López Sánchez, que contó con el asesoramiento de Juan Ocampo
como veterinario y Carlos Ares en el apartado artístico.
Se guardó un minuto de
silencio en recuerdo de las víctimas del accidente de tren de Santiago de
Compostela.
Publicado en Diario de Pontevedra 4/08/2013
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