«Yo, que he estado en
varios congresos de periodistas, cuando me preguntan que de dónde soy y
respondo que de Castroforte del Baralla, ponen cara de extrañeza, y si les
añado que es una capital de provincia como La Coruña o Ciudad Real, me dicen
que si pretendo tomarles el pelo.» ('La saga/fuga de J.B.' Gonzalo Torrente
Ballester)
Entró Miguel
Fernández-Cid en la Casa das Campás entre el temor y el respeto
a las piedras de su ciudad, esa ciudad levitante que en su memoria es un
escenario de juegos infantiles y en su alma es un latido que cada vez suena con
más fuerza. Lo de Rilke y la infancia es belleza y poesía, lo de
Miguel Fernández-Cid es verdad y pureza. Una pureza embalsamada en los cómics
de Tintín de la antigua Biblioteca Pública de Pontevedra,
aderezada con pelotazos en la Pedreira, soñada en el camarote del
almirante Méndez Núñez del Museo de Pontevedra y convertida
en sabor con los milhojas de Los Castellanos. En definitiva, una carta sin
acuse de recibo siempre pendiente de enviar mediante esos leones que te muerden
la mano para impedir los siempre peligrosos viajes al pasado.
De
esta manera se inició el ciclo de ‘Conversas na UVI’ que, organizado
por la Vicerrectoría del Campus de Pontevedra con las voces de
diferentes columnistas de Diario de Pontevedra, pretende llevar a esa
Unidad de Vigilancia Intensiva las palabras que eviten el ruido, las
reflexiones que nos desprendan de un barullo ensordecedor que cada vez más
agita nuestro pensamiento precisamente para evitar que pensemos. Bernardo
Sartier, Adrián Rodríguez, Rodrigo Cota y Xabier Fortes buscarán
esa pausa con sus diferentes invitados el último martes de cada mes. Esta
semana la pausa la puso Miguel Fernández-Cid, actual director de la Fundación
Gonzalo Torrente Ballester, exdirector del Centro Galego de Arte
Contemporánea, a lo que se le suma un ingente currículum de comisariados,
gestiones culturales, escritos críticos y docencias, y todo aderezado con la
pátina de pontevedresismo de la que uno no se licencia en universidades, sino
naciendo encima de dónde le daban puntadas a los trajes de Gonzalo
Torrente Ballester, viendo a sus vecinos depositar botellas navideñas a los
pies de los policías locales o haciendo de Pasarón un fortín en su
mente, como la Ítaca de Kavafis, sin la cual no habrías
emprendido el camino.
A
esas levitaciones nos condujo Miguel Fernández-Cid como quien se expurga a sí
mismo ante un auditorio entre el que se encontraba mamá, que es como narrar
en la caverna de Platón con la lumbre iluminando nuestras propias
sombras. Pero de esas sombras y ese fuego surgió el creador de aquella revista Arte
y Parte con la que algunos forjamos nuestra vena de críticos artísticos
alejados de mesías oficialistas; también el profesor de Bellas Artes que no
entendía como esta Pontevedra, incapaz de fijarse en un solo sitio, acogía un
centro que fue dinamita para el arte gallego y también para una Pontevedra a la
que se le caían los rótulos de las calles de pura Amargura; pero sobre
todo fue el director del CGAC, aquel CGAC surgido de las barricadas post Gloria
Moure y en el que por fin se dio sentido a las cuatro palabras que se
encierran bajo esas siglas, con más presencia y atención a Galicia y a lo que
aquí se cocía, de lo que se pensaron incluso los que se abanderaron tras su
cese en un nuevo tiempo que lo único que hizo fue empobrecer un escenario que
se había convertido en una referencia en el sector a base de trabajo y
dedicación en vez de costosas vanidades.
Siete
años que llegaron hasta esta charla como no lo habían hecho hasta ahora, a
corazón abierto, y relatando el aterrizaje forzoso, el por qué de un proyecto,
las anécdotas de palacio y el adiós. Todo se quedó allí encerrado, junto al
tesoro de Benito Soto, que es donde deben reposar las cosas verdaderamente
importantes, entre piedras húmedas y el relato oral, ¿para qué encerrar las
palabras en una grabadora? Y que conste que lo pensé, antes, y mientras
escuchaba esas palabras, pero al tiempo me imaginaba a Torrente Ballester
grabando las suyas en los años en que Miguel Fernández-Cid veía la televisión
en pantalones cortos en el Café Moderno, ¿para qué repetirnos si eso ya lo
hizo alguien realmente moderno?
De
la mano de Gonzalo Torrente Ballester camina ahora Miguel Fernández-Cid en una
Fundación que debería hacer caer la cara de vergüenza a ministerios,
consellerías y concejalías, también a entidades privadas, tan poderosas,
incluso más que antes, y siempre ávidas de que sus cuentas de resultados se
reflejen en números y no en palabras. El gran mal de nuestro tiempo, que todo
se contabiliza en cifras y no en palabras, y para muestra un Mariano. El
legado del mejor escritor en lengua castellana del siglo XX, manantial para
infinitas posibilidades, se seca mortecinamente ante la desidia de quienes
ignoran que cuantas más palabras pongamos en circulación todo esto será un
poquito mejor. Las palabras de Torrente Ballester, que es mucho decir, ahora
mismo solo encuentran amparo bajo la acción de este caballero andante en su
lucha contra molinos reales, atrapado en una espiral de compromiso y de mucho
de eso que solo la gente de la cultura es capaz de ofrecer: Todo por nada.
Desde esa épica emergió el grito estremecedor de Carmen Becerra,
abanderada torrentina, alabando una labor que, como mucho de lo hecho por
Miguel Fernández-Cid, tiene algo de heroico y también de construcción mítica de
la realidad. El mito que nos construye a todos y que forja nuestra identidad
individual y colectiva. A él se aferró Torrente Ballester, y a él contribuye
Miguel Fernández-Cid. Allí, ya estaba todo dicho, y además mamá se fue
contenta.
Publicado en Diario de Pontevedra 28/02/2015
Fotografía: Miguel Fernández-Cid el pasado martes en la Casa das Campás. (Lorena Castro)
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