sábado, 28 de febreiro de 2015

Palabras


«Yo, que he estado en varios congresos de periodistas, cuando me preguntan que de dónde soy y respondo que de Castroforte del Baralla, ponen cara de extrañeza, y si les añado que es una capital de provincia como La Coruña o Ciudad Real, me dicen que si pretendo tomarles el pelo.» ('La saga/fuga de J.B.' Gonzalo Torrente Ballester)



Entró Miguel Fernández-Cid en la Casa das Campás entre el temor y el respeto a las piedras de su ciudad, esa ciudad levitante que en su memoria es un escenario de juegos infantiles y en su alma es un latido que cada vez suena con más fuerza. Lo de Rilke y la infancia es belleza y poesía, lo de Miguel Fernández-Cid es verdad y pureza. Una pureza embalsamada en los cómics de Tintín de la antigua Biblioteca Pública de Pontevedra, aderezada con pelotazos en la Pedreira, soñada en el camarote del almirante Méndez Núñez del Museo de Pontevedra y convertida en sabor con los milhojas de Los Castellanos. En definitiva, una carta sin acuse de recibo siempre pendiente de enviar mediante esos leones que te muerden la mano para impedir los siempre peligrosos viajes al pasado.
De esta manera se inició el ciclo de ‘Conversas na UVI’ que, organizado por la Vicerrectoría del Campus de Pontevedra con las voces de diferentes columnistas de Diario de Pontevedra, pretende llevar a esa Unidad de Vigilancia Intensiva las palabras que eviten el ruido, las reflexiones que nos desprendan de un barullo ensordecedor que cada vez más agita nuestro pensamiento precisamente para evitar que pensemos. Bernardo SartierAdrián RodríguezRodrigo Cota y Xabier Fortes buscarán esa pausa con sus diferentes invitados el último martes de cada mes. Esta semana la pausa la puso Miguel Fernández-Cid, actual director de la Fundación Gonzalo Torrente Ballester, exdirector del Centro Galego de Arte Contemporánea, a lo que se le suma un ingente currículum de comisariados, gestiones culturales, escritos críticos y docencias, y todo aderezado con la pátina de pontevedresismo de la que uno no se licencia en universidades, sino naciendo encima de dónde le daban puntadas a los trajes de Gonzalo Torrente Ballester, viendo a sus vecinos depositar botellas navideñas a los pies de los policías locales o haciendo de Pasarón un fortín en su mente, como la Ítaca de Kavafis, sin la cual no habrías emprendido el camino.
A esas levitaciones nos condujo Miguel Fernández-Cid como quien se expurga a sí mismo ante un auditorio entre el que se encontraba mamá, que es como narrar en la caverna de Platón con la lumbre iluminando nuestras propias sombras. Pero de esas sombras y ese fuego surgió el creador de aquella revista Arte y Parte con la que algunos forjamos nuestra vena de críticos artísticos alejados de mesías oficialistas; también el profesor de Bellas Artes que no entendía como esta Pontevedra, incapaz de fijarse en un solo sitio, acogía un centro que fue dinamita para el arte gallego y también para una Pontevedra a la que se le caían los rótulos de las calles de pura Amargura; pero sobre todo fue el director del CGAC, aquel CGAC surgido de las barricadas post Gloria Moure y en el que por fin se dio sentido a las cuatro palabras que se encierran bajo esas siglas, con más presencia y atención a Galicia y a lo que aquí se cocía, de lo que se pensaron incluso los que se abanderaron tras su cese en un nuevo tiempo que lo único que hizo fue empobrecer un escenario que se había convertido en una referencia en el sector a base de trabajo y dedicación en vez de costosas vanidades.
Siete años que llegaron hasta esta charla como no lo habían hecho hasta ahora, a corazón abierto, y relatando el aterrizaje forzoso, el por qué de un proyecto, las anécdotas de palacio y el adiós. Todo se quedó allí encerrado, junto al tesoro de Benito Soto, que es donde deben reposar las cosas verdaderamente importantes, entre piedras húmedas y el relato oral, ¿para qué encerrar las palabras en una grabadora? Y que conste que lo pensé, antes, y mientras escuchaba esas palabras, pero al tiempo me imaginaba a Torrente Ballester grabando las suyas en los años en que Miguel Fernández-Cid veía la televisión en pantalones cortos en el Café Moderno, ¿para qué repetirnos si eso ya lo hizo alguien realmente moderno?
De la mano de Gonzalo Torrente Ballester camina ahora Miguel Fernández-Cid en una Fundación que debería hacer caer la cara de vergüenza a ministerios, consellerías y concejalías, también a entidades privadas, tan poderosas, incluso más que antes, y siempre ávidas de que sus cuentas de resultados se reflejen en números y no en palabras. El gran mal de nuestro tiempo, que todo se contabiliza en cifras y no en palabras, y para muestra un Mariano. El legado del mejor escritor en lengua castellana del siglo XX, manantial para infinitas posibilidades, se seca mortecinamente ante la desidia de quienes ignoran que cuantas más palabras pongamos en circulación todo esto será un poquito mejor. Las palabras de Torrente Ballester, que es mucho decir, ahora mismo solo encuentran amparo bajo la acción de este caballero andante en su lucha contra molinos reales, atrapado en una espiral de compromiso y de mucho de eso que solo la gente de la cultura es capaz de ofrecer: Todo por nada. Desde esa épica emergió el grito estremecedor de Carmen Becerra, abanderada torrentina, alabando una labor que, como mucho de lo hecho por Miguel Fernández-Cid, tiene algo de heroico y también de construcción mítica de la realidad. El mito que nos construye a todos y que forja nuestra identidad individual y colectiva. A él se aferró Torrente Ballester, y a él contribuye Miguel Fernández-Cid. Allí, ya estaba todo dicho, y además mamá se fue contenta.



Publicado en Diario de Pontevedra 28/02/2015
Fotografía: Miguel Fernández-Cid el pasado martes en la Casa das Campás. (Lorena Castro)

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