Rue Saint Antoine nº 170
Literatura. La
edición de las crónicas parlamentarias de Julio Camba entre 1907 y
1909 nos sitúa de nuevo ante un prodigio de la escritura, ante un
látigo de la palabra que atizaba a un Congreso bajo el «gobierno
largo» de Maura, un martirio para la política y la palabra. Así
las cosas sus crónicas se fijan allí donde nadie miraba, donde la
lucidez obligaba.
A Julio Camba (Vilanova
de Arousa, 1884-Madrid, 1962) habría que leerlo cada día. Más aún
si quien lo hace se ha decantado o lo han decantado por el
periodismo. Sus escritos son como fármacos contra tanta nadería
como nos encontramos hoy en un periodismo demasiadas veces anodino y
complaciente con el objetivo de sus crónicas. La pluma afilada de
Julio Camba durante décadas se convirtió en una referencia sobre lo
que sucedía en este país y junto a otro gallego, Wenceslao
Fernández Flórez (sus crónicas parlamentarias son las únicas que
resisten al de Vilanova de Arousa), escudriñó lo que sucedía en
este sudario peninsular que durante las primeras décadas del siglo
XX se convirtió en una vertiginosa montaña rusa de acontecimientos.
Esta meritoria edición
a cargo de la Editorial Renacimiento de las ‘Crónicas
parlamentarias (1907-1909)’, es buena prueba de ello, así como
testimonio de un tiempo muy concreto y fundamental en el futuro del
escritor. En estos años aquel anarquista fue abandonando esa
posición radical redefiniéndose como un ‘anarko aristócrata’.
En 1907 fue contratado por el periódico España Nueva para cronicar
el Congreso de los Diputados, dominado por Antonio Maura durante tres
años, lo que llevó a ser denominado como ‘Gobierno largo’, en
un periodo de mucha inestabilidad política bajo el reinado de
Alfonso XIII. Un gobierno conservador que se ajusta temporalmente a
las crónicas incluidas en este volumen, completado con otros textos
publicados en otros medios, incluyéndose varios inéditos. Sean o no
inéditos estos textos son inagotables más de un siglo después de
su primera publicación. En ellos se rastrea una vivacidad y
actualidad asombrosa, así como una rebelde modernidad erigida contra
el hastío que le provocaba a Julio Camba la mediocridad política,
tanto en sus acciones, como en sus comportamientos y discursos en la
propia Cámara.
Bajo la
sección de ‘Diario de un escéptico’ el gallego llegaba a ese
medio ya consagrado como cronista. Su humor y escritura ágil
rápidamente le convirtieron en una referencia en los medios
madrileños, continuando lo hecho en estas lides parlamentarias por
otros grandes de la literatura como Galdós o Azorín. Julio Camba
fue un maestro en esa otra mirada lateral que tanto abunda hoy en
nuestros cronistas parlamentarios, algunos que son elevados a los
altares del columnismo patrio y que ven aquí uno de sus precedentes
más brillantes, sobre todo cuando la mirada del arousano se dirigía
hacia el detalle y obviaba lo puramente político, cuando atuendos,
gestos o elementos anecdóticos del parlamento se convertían en los
protagonistas de unas crónicas entre cuyos blancos se atizaba a la
política, a la mala política.
Galdós le recomendaba
entre sesión y sesión por los aledaños del Congreso «que todavía
debía ser más escéptico», a ese escepticismo se agarraba Julio
Camba como «garantía de mi ecuanimidad y de mi imparcialidad». El
mismo que le llevó en sus crónicas a tildar de «loros» a varios
diputados, a afirmar que un cacique-el Congreso estaba repleto de
ellos- era «un organismo refractario a la poesía» o que de «un
edificio con tan mala arquitectura como el Congreso poca cosa buena
se podía esperar en su interior». Puyazos a ese gobierno de Maura,
pero auténticas obras de arte de literatura parlamentaria. Tanto el
prologuista del libro, David Guistau, como el encargado de su
edición, José Miguel González Soriano, completan eses artículos
con certeras revisiones a su estilo y a esa mirada cargada de un
bendito escepticismo, pero que a la vista de hoy son un compendio de
lucidez y genialidad.
Política y cantería
«Pontevedra es un
pueblo muy chico en el que diariamente hay que pasar diez o doce
veces por los mismos lugares. Diez o doce veces que, ante las obras
en construcción, son otras tantas exclamaciones: -¡El Instituto
provincial, cosa de Besada!, -¡El cuartel, cosa de Besada!, ¡El
malecón, cosa de Besada!
Aquí todo lo nuevo
es cosa de Besada. Así el adoquinado de las calles de la ciudad como
las carreteras y los caminos por donde vienen a ella los habitantes
del interior. Todos los edificios importantes de Pontevedra o están
en construcción o están en ruinas. Las ruinas pertenecen al dominio
del vetusto Sr. D. Casto Sampedro-un aqueólogo local que ha
envejecido con ellas-, y las construcciones son obra de Besada. Desde
los tiempos de Teucro de D. Casto Sampedro hasta el advenimiento de
Besada nadie se había interesado por Pontevedra, a excepción de
Montero Ríos, que iba convirtiéndola poco a poco en residencia
particular suya. (...)» 9/06/1908
Publicado en Diario de Pontevedra 27/11/2017
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