Carmen Martínez-Bordiu en la plaza de toros de Pontevedra (Foto. Rafa Fariña) |
Con las banderas a
media asta en cuarteles y en la sede central del Ministerio de
Defensa por la muerte de Cristo, este país, presuntamente
aconfesional, según la Constitución a la que tantos se encadenan,
encara una Semana Santa de Pasiones que, como suele ser tradicional,
nos deja estampas y escenas impropias de un Estado que intente
tenerse por avanzado o, por lo menos, por conducirse por unas sendas
de modernidad en cuanto a su sociedad, entendida esta como lo más
plural posible y respetuosa con el ser humano.
Entre capirotes y Ecce
Homos se mueve una España rancia, la del pillaje de títulos
académicos, la que se enfrenta a sus responsabilidades a través de
pantallas de plasma, la que premia con ascensos a responsables
farmacéuticos imputadas por graves cuestiones sanitarias y la que
unos pocos días después de empujar a la calle a miles y miles de
pensionistas ahora encuentra las monedas de plata necesarias para
incluir en sus presupuestos.
Todo eso se distraerá
entre saetas y carracas, y el olor a incienso lo irá envolviendo
todo, narcotizando a esta sociedad y dejándola de nuevo bajo el
desamparo de una clase política cada vez más empequeñecida que, en
Madrid y Barcelona es incapaz de encontrar soluciones al conflicto
catalán, y en Compostela, con una En Marea torpe para contener hacia
el exterior sus pequeñas miserias internas, frustra cada vez más al
ciudadano, siempre esperanzado ante la reconversión de los viejos y
el empuje de los nuevos y, actualmente, cada vez más deprimido.
Pero que no nos falte
la alegría durante esta semana de lluvia y embalses recuperados
iluminada con la sonrisa de Carmen Martínez-Bordiu, la mujer que «ha
vivido toda su vida sin trabajar», como ella misma se jactó en una
revista del corazón, su ecosistema favorito, y que ahora nos alegra
la Semana Santa desde el BOE al cursar la petición ante el
Ministerio de Justicia para reclamar el título de ‘Duque de Franco
con Grandeza de España’, con todas esas mayúsculas que todavía
siguen arañando el alma y dañando a la inteligencia, y a la que
también le correspondería, tras la muerte de su madre, el ‘Señorío
de Meirás’, que deja en manos de Francis Franco por deseo de su
abuela.
Poco se puede esperar
de un país que todavía ampara todo aquello que tiene que ver con la
presencia de un dictador, que permite que sigan manejándose títulos
nobiliarios, posesiones y riquezas tomadas del pueblo con un descaro
que va del BOE a las estatuas del Maestro Mateo, que duermen el sueño
de los justos en ese Pazo de Meirás puesto en venta recientemente de
manera ignominiosa y que debería ser parte del patrimonio público,
o que se deja marear por un prior, como el de la Abadía del Valle de
los Caídos que hasta el último momento no ha permitido el
desbloqueo del proceso para exhumar a varias víctimas de la Guerra
Civil tras haber manifestado que «allí nadie trabajó de manera
forzada y que los presos cobraban un buen sueldo».
España se nos viene
arriba en Semana Santa. «Esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar la cabeza», como escribió Antonio Machado,
sigue dando pruebas año tras año de sus escasos deseos de progreso,
anclándose en tópicos y conductas atávicas que quienes nos
gobiernan parecen incapaces de desterrar de manera definitiva por
miedo, comodidad o desinterés, condenando a España a procesionar
descalza soportando el lacerante paso de penitencia de su grandeza y
Pasión.
Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 28/03/2018
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