Cuando se cumple
un nuevo aniversario de la muerte de José Saramago visitar su casa
de Lanzarote es recuperar su personalidad
Biblioteca en la Casa Saramago de Lanzarote con el Álbum Nós de Castelao |
ESCRIBO ESTAS palabras
en el día en que se cumplen nueve años de la muerte de José
Saramago. «Sólo el olvido es la muerte», escribió el autor
portugués en ‘Todos los nombres’, una maravillosa frase que se
recupera en su último libro, publicado recientemente tras su
descubrimiento en uno de sus ordenadores, ‘El cuaderno del año del
Nobel’ (Alfaguara). Un libro en el que esas palabras se ven
ampliadas de la siguiente manera: «Lo que no ha sido olvidado
continúa vivo y presente».
Tener a José Saramago
presente en nuestra sociedad es una obligación, no sólo de los
lectores, que tanto le debemos, sino del propio ser humano, a quien
dedicó prácticamente toda su obra y vida, a través de sus actitud
y sus mensajes que siempre tenían a los más desfavorecidos y a los
oprimidos como impulso para denunciar y propiciar empatías entre
quienes generaba una ola de solidaridad.
Es cierto que recuperar
a quien se ha ido siendo un creador es más sencillo que a una
persona anónima. Enfrentarse a su obra supone mantener ese nexo
activo, pero visitar los espacios en los que se ha movido, o donde ha
dejado su huella física, es algo todavía mucho más intenso. Esa
percepción es la que tiene todo visitante que se acerque a la Casa
de Saramago en Lanzarote, allí donde se trasladó a vivir tras el
desprecio de las autoridades portuguesas en los años noventa, tras
la escritura de ‘El Evangelio según Jesucristo’ y cuya tierra
volcánica hizo suya, en un primer momento, por el vínculo de la que
fuera su mujer, la periodista Pilar del Río y, posteriormente, por
el magnetismo de ese paisaje único, por el contacto con un viento
que modifica caracteres.
La pasada Semana Santa
tuve la oportunidad de visitar ese espacio cultural y de pensamiento,
en el que trasciende una enorme humanidad, en que se ha convertido la
Casa de Saramago. Dos edificios, uno, su biblioteca y refugio de
tantos contactos como desarrolló en su vida; y otro, su propia
vivienda, una modesta pero sincera y hermosa casa abierta hacia al
mar, un incomparable mirador hacia la isla de Fuerteventura donde una
gran piedra de origen volcánico, entre olivos y olmos, vinculan el
pasado, la infancia de Azinhaga, con la presencia física en Tías,
Lanzarote.
Todo es emoción entre
esas paredes que se van recalentando cada hora que pasa por un
permanente sol. Desde el patio de acceso, con un enorme olivo llegado
de su aldea natal, a la figura de un simbólico elefante, como su
literario Salomón, que metaforiza el viaje por la vida, hasta una
gran fotografía del que fuera Premio Nobel en 1998, mostrando las
palmas de sus manos. Los operarios que reciben al visitante, de una
extrema amabilidad, nos conducen por la biblioteca de Saramago, toda
una catedral literaria en la que se acumulan sus lecturas, sus libros
de consulta, sus ediciones traducidas a numerosos idiomas, las obras
escritas por mujeres en una imponente esquina por petición de Pilar
del Río y todo ello presidido por un cuadro de la pareja. El gallego
ojiplático que por allí se mueve siente la piel de gallina cuando
comprueba la presencia del álbum ‘Nós’ de Castelao, muy próximo
al ajado butacón desde el que Saramago se sentó tantas veces.
De allí pasamos a la
que fue su vivienda, en la que en un pequeño patio de acceso un
reloj marca las cuatro de la tarde, y donde se abren las diferentes
estancias, el dormitorio en el que falleció aquel 18 de junio de
2010, un despacho repleto de fotografías de sus autores más
admirados y los recuerdos del acto del Nobel, una sala de estar con
cuadros inspirados en sus obras literarias y una cocina en la que se
mantiene el carácter acogedor del escritor con sus vecinos a los que
convidaba a tomar un café portugués. Y allí nos encontramos un
grupo de personas llegadas de los más dispares rincones del mundo
saboreando Portugal a través de un café Delta, de nuevo tan
simbólico de la tierra y la vida.
Salimos y el reloj
sigue marcando las cuatro de la tarde, la misma hora que tienen todos
los relojes de la casa, la hora en la que se conocieron José
Saramago y Pilar del Río, una hora que no se puede olvidar, como no
se puede olvidar a quien todavía vive en el recuerdo de tantas
personas.
Publicado en Diario de Pontevedra 19/06/2019
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