xoves, 27 de xuño de 2019

Prosas apátridas

La editorial Seix Barral reedita gran parte de la obra de Julio Ramón Ribeyro, uno de los grandes narradores hispanoamericanos


ORILLADO POR la fama, arrinconado por los lectores, alejado de las componendas grupales y mediáticas, la obra del peruano Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994) se erige como una de las más sinceras, originales y personales de la riquísima literatura hispanoamericana. Sus cuentos, vinculados en su calidad a los de los gigantes Cortázar y Borges, son su gran aportación literaria, siempre generando la confrontación entre el universo de los marginados y los acomodados de la sociedad. Casi cien de estos cuentos conforman una de las tres ediciones que la editorial Seix Barral pone de nuevo en circulación para conmemorar el noventa aniversario del autor y que hoy serán presentados ante la prensa como una de las grandes acciones literarias de lo que llevamos de año. ‘Las palabras del mudo’, acoge esos relatos, como ‘La tentación del fracaso’ lo hace con su propia vida, a través de un diario íntimo, fragmentario, de testimonios, viajes y experiencias. Una espectacular trilogía revivida que se completa con ‘Prosas apátridas’, un libro de muchas menos páginas pero con una inusitada e inesperada fortaleza para los que lo desconocíamos. Pequeños textos hilados por el brillo narrativo y por una lucidez que bascula entre la elegancia de su escritura y la amargura que el tiempo, cada vez más insistentemente, se empeña en escribir sobre todos nosotros. Textos, como el propio autor calificó, sin una patria que los ampare, sin un género que les dé sentido, pero que juntos se mueven desde una modernidad seguramente imprevista cuando se concibieron, pero que hoy sorprenden por sus audaces intenciones.
Y como ya es habitual Seix Barral no afronta estas reediciones como algo puramente notarial, un mero trabajo de impresión, sino que se celebran reuniendo genio y talento en compañía del homenajeado, en este caso a través de los prólogos de cada libro, firmados, respectivamente, por Sara Mesa, Enrique Vila-Matas y Fernando León de Aranoa, así como por las ilustraciones de las portadas que concibe, mostrando una prodigiosa imaginación, Patricia Bolinches. En definitiva, que cada uno de estos libros renueva los votos literarios de quien, como él mismo afirmaba: “Cuando no estoy frente a mi máquina de escribir me aburro, no sé qué hacer, la vida me parece desperdiciada, el tiempo insoportable. Que lo que haga tenga valor o no es secundario. Lo importante es que escribir es mi manera de ser, que nada reemplazará”. Esa manera de ser se perfila en cada uno de sus libros, en cada uno de sus cuentos, en cada una de sus palabras que, les puedo asegurar, se convertirán en una fascinación absoluta para el lector que se aproxime por primera vez a ellas, lo que nos sitúa ante ese contexto de tantos autores con los que la historia no ha sido demasiado agradecida. Creadores que, por innumerables razones, se han visto apartados, sobre todo durante su vida, de los reconocimientos que otros sí se han llevado -sin dudar de sus merecimientos-, pero que nos debe hacer pensar sobre las diferentes varas de medir. Lo maravilloso de estas situaciones de olvido es el poder llegar a cada uno de ellos en cualquier momento con el deslumbramiento de lo inesperado y, ante este material parido por Julio Ramón Ribeyro, hay para deslumbrarse durante mucho tiempo.
Justamente él, el menos luminoso de los autores del mágico Boom latinoamericano, pero al que algunos buscaron como referencia. Un caso paradigmático fue el de Alfredo Bryce Echenique que llegó a París, en sus propias palabras, buscando «al escritor menos resplandeciente que uno se podía topar, por lo que a su sombra logré encontrar amparo para los encegadores efectos de los todopoderosos maestros del Boom», tal y como referencia Xavi Ayén en ‘Aquellos años del Boom’ (Debate), referencia absoluta para adentrarse en dicho ecosistema. Con ese hábitat literario también coqueteó un gallego, el fotógrafo Baldomero Pestana que fotografió en Lima y en París a Julio Ramón Ribeyro, con el que mantuvo una relación muy próxima, deparando alguno de sus retratos más afortunados, como el de su estudio limeño, con César Vallejo al fondo y un tono parisino que anunciaba el inminente futuro. Ese futuro vuelve ahora a ser palabra, el de una prosa apátrida en la que nunca está de más sentirse habitante.



Publicado en Diario de Pontevedra 26/06/2019
Fotografía: Julio Ramón Ribeyro fotografiado en su estudio de Lima por Baldomero Pestana en 1959. (El Progreso)


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