[Ramonismo 12]
Un lacerante
dolor hace del último libro de Ricardo Menéndez Salmón un
ejercicio de alto voltaje
'No entres dócilmente
en esa noche quieta’ es una inspiradora frase perteneciente a un
verso de Dylan Thomas y cuyo aliento ha servido para titular el
último libro de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) publicado
por Seix Barral. Un emocionante libro lleno de momentos que te
obligan a leer en tu propio interior cómo está planteada tu
vinculación con tu propia familia en el caso de haber sufrido algo
similar a lo vivido por el escritor o cómo lo viviríamos en el caso
de que esa situación se pueda llegar a producir.
Ese acontecimiento es
la pérdida del padre, pero no tanto la pérdida en sí como el
proceso, en este caso, larguísimo y dolorosísimo, en el que se ve
envuelto un hijo al ver la progresiva degradación de la figura
paterna y cómo ha discurrido su vida profesional, dedicada a la
literatura bajo esa sombra extenuante. Un abrumador ejercicio de
sinceridad que estremece en muchos momentos por la profundidad de lo
que cuenta Ricardo Menéndez Salmón, sabedor de que sólo desde ese
cortinaje caído se puede alumbrar una redención propia. Y es que
son muchas las culpas que el autor de libros como ‘La ofensa’
expía a lo largo de estas líneas, mediante una mirada que se vuelca
desde la habitación de un hospital hacía un vacío inagotable,
hacia la incomprensión de una realidad que lo ha asolado desde su
adolescencia hasta, quizás y ojalá, el punto y final de este libro.
Leer cualquiera de los
libros escritos por Ricardo Menéndez Salmón signica embarcarse en
un discurso literario siempre eficaz, alejado de esas comodidades de
la escritura que muchos, demasiados, emplean para llenar de sus
títulos las zonas de confort de las librerías y de paso auparse a
las listas de ventas. Desde sus primeros textos se ha ido articulando
un engranaje literario que asume al lector como un diente más de ese
mecanismo, un diente necesario para que todo gire desde la
implicación directa en cada relato. Ningún libro de Ricardo
Menéndez Salmón se hace ajeno al lector, y de hecho en éste se
explica mucho del devenir de su obra, de los planteamientos de unos
libros a los que ahora, tras asomarnos a esta caja de Pandora,
entendemos de una manera más nítida. «Escribo libros que intentan
decir el mundo», afirma el autor en este libro. Decir el mundo,
decirnos a nosotros mismos. Hacer de la literatura un camino que
recorrer para pensarnos dentro de este ecosistema endiablado en el
que nos movemos, para plantear así ese eterno enfrentamiento entre
la luz y la sombra, y ese desequilibrio que siempre genera la
aparición del mal como catalizador de numerosas situaciones. Desde
postulados literarios, filosóficos, artísticos o de la comunicación
Ricardo Menéndez Salmón ha escrito varios de los libros más
apasionantes de los últimos tiempos en nuestra literatura y, sin
duda, de los más interesantes para plantear esos nuevos itinerarios
que siempre la escritura necesita para realmente asumir esa
posibilidad de expiación individual y colectiva.
Tan interesante como la
descripción de lo vivido a lo largo del calvario del padre es la
relación que Ricardo Menéndez Salmón plantea entre ese Gólgota y
su escritura, cómo aquella sombra se convirtió en un eclipse de
otras realidades que podría haber abordado en sus libros, pero ante
las que siempre se veía imantado por esa permanente pregunta sobre
lo injusto de una situación que se había enquistado en su vivienda
familiar, en esos cuartos del dolor que levantaban, cada vez que
llegaba el zarpazo, una mayor altura. Desde ese recuerdo escribe el
autor de ‘El sistema’, una distopía galardonada en 2016 con el
Premio Biblioteca Breve, con un cuidadísimo lenguaje, con palabras
que detonan en el interior del relato con una contundencia a la que
no estamos acostumbrados, ya que muchas de ellas son un pellizco en
la narración y asumen la condición del lenguaje como un elemento
esencial para contar, una cuestión que puede parecer de perogrullo,
pero que muchos desprecian en deshonra de lo literario. Ese lenguaje
es todo un andamiaje para sobrecogernos y, especialmente en este
caso, involucrarnos en esa noche quieta que es este libro. Un lóbrego
escenario donde lo luminoso procede de la propia asunción de la
culpa, por admitir esa situación en el margen de la consumación
física, por abandonar el incendio en el que la madre se convierte en
heroína, haciendo de lo literario una evasión que sólo podía
conducir hacia este lugar en el que nos encontramos ahora mismo.
También esa luz se ve reforzada por el desarrollo del amor que se
plantea entre un padre y un hijo, ese alambre de espino por el que
todos caminamos con más o menos consecuencias. Unos pies sangrados
que aquí hacen de la honestidad y la emoción un rastro imposible de
ser evitado en la búsqueda de la existencia propia, en la dinamo de
una personalidad siempre condicionada por los que nos anteceden, los
que ponen en nuestras manos las herramientas, pero también los que a
partir de nuestro contacto con ellos hacen de la historia familiar el
libro más complejo y sinuoso que escribir.
Queda todavía mucho
año por delante pero será difícil que aparezca un libro de estas
condiciones en el espectro literario. Un libro que te marca de manera
profunda, más aún si has vivido alguna situación similar a la que
aquí se cuenta. Seguir la narrativa de Ricardo Menéndez Salmón es
una de esas bendiciones que la cultura pone en las manos de uno, cada
escrito se espera con una inusitada expectación y, pese a que con
sus últimos libros, ‘El sistema’ y ‘Homo Lubitz’, he sentido
una cierta distancia, quizás provocada por esa ficción a la que no
nos tenía acostumbrado el autor asturiano, con ‘No entres
dócilmente en esa noche quieta’, el enfangarse en la más pura y
absorbente realidad te arrastra hacia una reconstrucción propia y a
la reconciliación con la literatura como un alumbramiento que nunca
te deja de emocionar.
Publicado Revista. Diario de Pontevedra 1/02/2020
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