POCO
NOS podíamos esperar que apareciese esta voz en nuestros días de confusión y
dolor. La voz de Bob Dylan surgiendo de quien sabe dónde como un hablar
ancestral, y porqué hacerlo justo ahora, cuando la humanidad se debate entre la
vida y la muerte, sumergida en la impericia de su propia esencia como especie,
no sólo para gobernarse, sino para modificar unos hábitos de comportamiento que
claramente se evidencian como fatales para su propio futuro.
«Fue
un día oscuro en Dallas» es el comienzo de ‘Murder most foul’, una canción de
17 minutos que también es un poema, una narración con un latido homérico sobre
la condición de un país y de un Imperio con pies de barro. Bob Dylan comienza a
cantar con su voz monocorde, como si se encontrase en un teatro griego ante la
humanidad, ante esos ciudadanos americanos desconcertados bajo la batuta de un
presidente inconcebible para un país que se entiende como el más avanzado del
mundo. Allí, en Dallas, en noviembre de 1963 el magnicidio de John F. Kennedy
fue el acto y la fecha clave en la conciencia norteamericana de los más oscuro
y siniestro del ser humano, abocado a su propia condena. Los años sesenta, que
Bob Dylan sintió como pocos, se empiezan a desbocar a lo largo de esta canción
llena de referencias a la sociedad americana, a aquellas décadas posteriores de
tantos traumas para una juventud que iba a reinar y a los que la corona
aplastó. Pocas veces he echado tanto en falta no saber correctamente inglés
para poder entender de manera precisa lo que canta Bob Dylan en una canción, en
la que uno ya siente por su tono trascendente esa condición de épica que quizás
en pocos momentos como el que vivimos, sumidos en el desasosiego, se convierte
en tan necesaria. Tras estos ligeros apuntes vayan a la web de El País y lean
el extraordinario artículo que el experto musical Fernando Navarro le dedica a
esta canción, calibrando sus posibilidades expresivas, pero, sobre todo,
interpretándola de manera precisa a través de las numerosísimas invocaciones a
la cultura, sobre todo musical, que Bob Dylan realiza a lo largo de la canción.
Una imprescindible brújula para navegar por una letra convertida en inmensidad,
en corte de mangas a la industria musical, en desprecio a la administración
Trump y en confirmación de la merecida concesión del Premio Nobel de
Literatura, demostrando que las letras de muchas músicas son pura literatura y
en ocasiones, como es el caso, se convierten en obras maestras que, como el
mejor libro, nos explican y radiografían, aunque lo que veamos en ellas no nos
deje en buen lugar.
Publicado en Diario de Pontevedra 30/03/2020
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