Declaración de intenciones: me encanta el mes de abril. Si al regusto republicano le sumamos la incipiente primavera con su explosión de colores en una ropa menguante, instigadora de aquello de la lengua muy larga y la falda muy corta, los festejos que rodean al libro y la figura de Cervantes al fondo, tenemos una suerte de Parnaso, como le gustaría oírme decir, en este caso escribir, al amigo Manuel Jabois, desde el que disfrutar mejor de la vida. Al fin y al cabo es de lo que se trata. Pero también a los que nos gusta el deporte abril ofrece un perfil especial, una singularidad que lo convierte en uno de los mejores meses desde ese punto de vista, al ser varias las citas que tienen lugar con el encanto que solo engatilla una larga historia: el Grand National, la regata Oxford-Cambridge, el Master de Augusta o las clásicas ciclistas son algunas de ellas.
Estas clásicas son auténticos monumentos a la épica, ofreciendo un recital cargado de orgullo y sufrimiento para defender de manera incontestable a este deporte tan maravilloso. Esta semana, con permiso de monsieur Le Tour y su canícula plomiza de julio martilleando piernas entre Alpes y Pirineos, es precisamente la gran semana del ciclismo con tres de estas citas del Norte de Europa. Carreras que se mueven entre asfalto y tramos de tierra o pavés, en unos recorridos terribles, pestosos, llenos de dificultades que no pocas veces se acrecientan por los efectos de la meteorología. En el caso del calor por correr envueltos en una nube de polvo, y cuando llueve, por convertir la tierra en un lodazal y el pavés en el filo de un cuchillo sobre el que patinar. Es el llamado Tríptico de las Ardenas, aquel territorio en el que Europa se liberó de la opresión nazi, entre bosques y colinas, en los que el Ejército Aliado aplacaba el odio del Führer a través del combate con su Wehrmacht, sembrando de plomo lo que ahora son recorridos kilométricos. Fíjense que en la Lieja-Bastoña-Lieja serán 261,5 kilómetros (piénsenlo durante tres segundos, 1, 2 y 3); el miércoles el mismo pelotón se metió entre pecho y espalda los 205 kilómetros de la Flecha Valona. Mientras el domingo fue la Amstel Gold Race, con sus respetables 251 kilómetros, la que empezó a hacer madurar la fruta del cesto.
Subidos a sus monturas los ciclistas se enfrentan, no solo a ese desafío, sino a una historia que, en casos como la carrera de mañana, se retrotrae hasta 1892. Son muchas horas, seis o siete, las que disponen estos héroes para, desde ese potro de tortura, no solo atender a la competición, ya que supongo que también habrá tiempo para pensar sobre sus vidas. Se lo digo porque si a mí los tres cuartos de hora de la clase de spinning en Campolongo me dan para mucho, hasta para confeccionar la hoja de ruta de este artículo, imagínense a ellos, siendo no pocas las veces que pienso en esos mártires para concederme fuerzas mientrasTamara pone al grupo, cada vez más numeroso por aquello de la operación bikini, a tirar a bloque. En ese momento a mí lo que me parece es que es el mismísimo Evaristo Portelael que viene detrás azuzándome : «alé, alé, alé...» para, de pie sobre los pedales, escalar así el terrible muro de Huy en una febril mezcla de realidad e imaginación.
El miércoles Dani Moreno venció en el inhóspito territorio de la Flecha Valona, una sorpresa con aire hispano con la que salimos ganando, no solo por inscribir el nombre de un paisano en la leyenda del ciclismo, sino por la escritura en El País de Carlos Arribas que, de no haberse producido el triunfo nacional, quedaría sustituida por un anodino breve. Y es que leer a Carlos Arribas es una delicia sin la cual no se entendería el mes de julio, por sus impagables crónicas galas, lo mismo sucedería sin la voz de Javier Ares, quien mejor narra el ciclismo en este país, y que no dudaría en calificar a este Tríptico de la Pasión como un «llanto y crujir de dientes», siguiendo las palabras del Evangelio de San Lucas. Y es que ese esfuerzo parece tener un carácter expiatorio, un lavatorio del alma a través de un deporte cansado de purgar las miserias de muchos que emponzoñan al resto de un pelotón que se destroza a diario los riñones a golpe de pedal. Mañana, en torno a la Bastoña en la que Eisenhower, Patton y Montgomery cimentaron el triunfo de la libertad, serán otros los que hagan del sacrificio y el dolor la culminación de un objetivo.
A la espera del movimiento de los ‘gallos’, con sus ‘banderillas de fuego’, me gusta ver a Pontevedra, justo este fin de semana, llena de esas bicicletas de colores que se suben por fachadas y farolas. Banderas ondeantes que, como en las cunetas de las Ardenas, honran a esa saludable religión de dos ruedas que es el ciclismo.
Publicado en Diario de Pontevedra 20/04/2013
Fotografía: Eddy Merckx sobre un tramo de pavés. Imagen de la Colección Horton.
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