El ineludible peso de la ausencia marca el itinerario de este libro en el que la autora paraleliza su propia experiencia vital con la de Marie Curie
Sin saber nada de antemano sobre este libro uno empieza a leer y
enseguida le comienzan a temblar las manos. Y tiemblan porque estamos ante uno
de esos libros que se escriben en carne viva, en los que el autor hace pocas
concesiones a lo que sería un libro dirigido a agradar al lector o a pretender
un puesto privilegiado en las listas de ventas, buscando una expiación tan
íntima que provoca dolor en quien lo sostiene. Un dolor que es quien de
traspasarnos la autora, una Rosa Montero que reflexiona, no sobre la muerte, y
sí sobre la vida, tras el fallecimiento de su pareja, el conocido periodista
Pablo Lizcano. Veinte años en común que se convierten en literatura mayúscula
por cómo no se deja nada en el tintero, logrando que las emociones broten
mientras se suceden las palabras.
Entre ese argumentario personal se desliza otra historia narrada en
paralelo, como es la de la física de origen polaco Marie Curie. Y éste, además
del desnudo interior que realiza la escritora, es el otro acierto de la novela,
al bucear y mostrarnos a una mujer, no sólo a una física, célebre por lograr
dos Premios Nobel. Toda una gesta que lamentablemente ha ocultado a una mujer
con numerosas aristas y que han sido descubiertas por Rosa Montero a raíz de la
lectura del diario que Marie Curie escribe tras el fallecimiento de su marido,
y que ahora podemos descubrir también nosotros, tanto por la interpretación y
presentación que de él realiza la autora, cómo por su inclusión en un apéndice
final del libro.
Pero lo que se erige por encima de todo es el tono alcanzado por Rosa
Montero, siempre lo más difícil al hacer literatura, algo que sabe una
escritora que ha escrito mucho y bien, pero que quizás sea en esta obra en la
que alcanza la franqueza que surge de lograr la ligereza a la hora de escribir
y que la propia autora define en la parte final del libro como “la maestría en
la narración”.
Una ligereza entendida como un fluir de la vida, un aproximarse a aquello
que nos puede parecer más nimio pero que en definitiva es donde reside la
auténtica felicidad. Una mirada, un lugar, unos segundos en común, un gesto, un
roce, una higuera.... Pompas de jabón en cuyo interior reside el significado
real de la vida y en las que refugiarse cuando vienen mal dadas, cuando el
dolor de la pérdida y el peso de la ausencia cargan sobre nuestra mente y alma,
siendo en esos momentos cuando debemos buscar el amparo en el interior de esas
pompas. La historia de Marie Curie nos
emociona por el descubrimiento de una mujer tras el microscopio que antepone su
misión en la vida a su salud en un ambiente como el de las primeras décadas del
siglo XX, en cambio, la de Rosa Montero, mucho más próxima a nosotros, lo hace
por esa cercanía y por abrirse en canal, sin miedos, quizás como la penúltima
etapa de ese proceso que todos tendremos que hacer en la hora de la muerte de
los seres que queremos.
En afrontar esa situación Rosa Montero nos ofrece muchas lecciones sobre
cómo enfrentarse a ese trance. Un libro con muchas concomitancias con otro gran
libro que la propia autora cita en un acto que la honra, al no ser algo
habitual, como es ‘Tiempo de vida’ de Marcos Giralt Torrente, otro estremecedor
relato cuyas brasas siguen todavía incandescentes en quienes lo hemos leído.
Creo que con ‘La ridícula idea de no volver a verte’ esas brasas que todo libro
siempre deja, seguirán encendidas durante mucho tiempo, calentando nuestra alma
y suspirando porque reconforten a alguien a quien el dolor ha hecho tan fuerte
como para saber valorar lo pasado y poder depositarlo entre las páginas de un
libro tan auténtico como necesario para entender al ser humano.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo
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