No hay duda hoy en día de la importancia del francés Emmanuel Carrère
(París, 1957) en el ámbito literario internacional. Con sus nueve novelas se ha
convertido en una de las voces más firmes y atractivas de la literatura y cada
uno de sus libros se espera con un inusitado interés. Sucede estos días con la
irrupción de su última novela ‘Limónov’, pero también con el que fue su
anterior trabajo, ‘De vidas ajenas’, que acaba de ser reeditada por Anagrama en
su colección Compactos. Tras unas pocas líneas el lector ya se da cuenta de que
el libro va en serio, con lo que ello supone: una historia llena de intensidad,
un firme andamiaje literario y una cuidada escritura que van tejiendo a tú
alrededor una envolvente tela de la que va a ser muy complicado desprenderse,
incluso tras haber finalizado el libro.
“En este libro se habla de la vida
y la muerte, de la enfermedad, de la pobreza extrema, de la justicia y, sobre
todo, del amor. Todo lo que se dice en él es cierto”. De esta manera tan
contundente es como Emmanuel Carrère presentaba en Francia la que
posteriormente fue designada como la mejor novela del año. Y es que ‘De vidas
ajenas’ es de esas novelas que te dejan mal cuerpo, porque lo que se cuenta, y
sobre todo, el cómo se cuenta, te afecta directamente al implicarte en una
historia trágica, en la que apenas penetra la luz de la vida pero que cuando lo
hace lo hace de una manera brutal y semejando dejar un resquicio para la
esperanza y para un futuro que siempre aparece lleno de negros presagios.
Vida y muerte son los extremos entre los que se mueven nuestras vidas y
también son, por lo tanto, los límites de este escenario que genera Emmanuel
Carrère para colocar a unos seres abatidos por las circunstancias de la vida,
personajes noqueados por el devenir de las relaciones entre ellos,
representados en lo que supone la muerte de un hijo para sus padres y la muerte
de una madre para sus hijos y su marido. Un proceso que en el primer caso llega
de improvisto, como víctima del tsunami de Asia de 2004, mientras en el segundo
se produce a través del gradual proceso de aniquilación del ser humano, tanto
físico como mental, que provoca el cáncer.
En ambos casos es el sentimiento de pérdida el detonante de un sinfín de
sensaciones, una acumulación de sentimientos que el autor es capaz de recrear y
transmitir de una manera feroz, provocando en ocasiones que haya que detener la
lectura y tomar aire ante lo que se está leyendo y cómo eso te hace empatizar
con los protagonistas, convirtiendo ese relato común en una dura travesía por
las sensaciones del ser humano ante situaciones límite, algo que el autor
provoca de manera deliberada y hasta en el propio texto, él mismo reflexiona
sobre ello con un comentario sobre una anterior obra suya, ‘El adversario’, y
lo hace de la siguiente manera: “La madre había leído mi libro ‘El adversario’,
que Juliette le había recomendado diciendo que yo era el nuevo novio de Hélène,
y le había parecido un relato muy duro. Yo reconocí que sí, que lo era, que
también para mí había sido duro escribirlo, y me sentí vagamente avergonzado de
escribir cosas tan crudas”. Y es que el escritor nunca debe renunciar a
reflejar la totalidad de nuestras vidas, no solo la cara alegre y feliz que
siempre sabemos tendrá una mayor respuesta del público. Hablamos del compromiso
con la literatura y la posibilidad de convertir sentimientos en palabras y ahí,
en ese compromiso, es en donde Emmanuel Carrère triunfa al proponer una
literatura de gran calado, esa misma que
te sujeta por la pechera levantándote unos centímetros del suelo para
sacudirte, despojándote de tus defensas, de esos escudos que solo la buena
literatura sabe librar.
Publicado en Diario de Pontevedra 7/04/2013
y El Progreso 13/04/2013
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