Desde esta semana y hasta el 21 de noviembre las obras de Paloma Barreiro
llenan de color la sala de exposiciones de la Delegación de la Xunta de Galicia en
Pontevedra, y lo hacen desde una interpretación del paisaje que convierte a
esos tonos alegres y desenfadados en una exaltación de la vida a través de la
pintura. Se presenta así un nuevo camino en la obra de esta pintora que siempre
busca indagar y explorar nuevas posibilidades de expresión, huyendo de realizar
repetitivas interpretaciones de su pintura.
Recorrer la exposición que aquí plantea Paloma Barreiro es reconocer la
parte más feliz de la pintura, aquella que interviene en nuestros sentidos y
hace que mude nuestro ánimo. Los paisajes que nos presenta, totalmente
novedosos en su trayectoria, hacen de esa bandera del color un ondear de
posibilidades que transmiten al espectador gran parte de las bondades de la
pintura, las mismas que aquellos pintores que se abonaron a la ‘alegría de
vivir’ de Matisse lograron para felicidad de sus coetáneos y admiración de las
generaciones venideras. Si siempre Paloma Barreiro se ha mostrado interesada
por las potencialidades y capacidades del color, nunca como hasta ahora las
había integrado de manera tan afortunada dentro de una composición. No hay más
que detenerse unos segundos ante estos nuevos paisajes, aligerados de la
materia empleada en sus piezas precedentes (de las que aquí también tenemos
ejemplos), para entender esta nueva perspectiva que concede una fluidez y un
equilibrio al conjunto del cuadro que define todo un camino en el que aún queda
mucho trecho por recorrer.
Tratamientos en los que bajo una base tradicional se
dispone una asimilación de los componentes que la integran en base al empleo
del color, muchas veces alejado de la realidad a representar, pero no a la
interior de la artista que construye el paisaje, no tan preciso en cuanto a lo
real, como sí que lo es en lo que se refiere a la emoción e intensidad que
manifiesta su creadora. Ese mundo de lo real también se ve modificado con la
inclusión de pequeñas esferas, geometrías que flotan sobre la superficie del
cuadro y que aligeran el paisaje dotándolo de una agradable ingenuidad. Junto a
esos nuevos paisajes Paloma Barreiro también nos ofrece diferentes miradas de
su obra. Son paisajes más abstractos, más matéricos, pero también nos
encontramos con figuras humanas que se exponen ante la mirada del espectador en
una mezcla de expiación íntima y desafío ante quienes las rodean. Otras mujeres
son las que nos ofrecen sus rostros como superficies de calculada belleza.
Paloma Barreiro disfruta pintando rostros de mujeres, primeros planos que
evidencian como pocos paisajes el valor de la belleza. Mujeres de largo cuello,
piezas que se llenan de arabescos en el fondo del cuadro creando una estampa
entre lo sensual y lo surreal, repletas de aquello que Matisse llamó ‘Lujo,
calma y voluptuosidad’. Empezamos y acabamos citando a Matisse, el padre de
tantas y tantas cosas en la pintura, y al que esta exposición oferta esa
alegría de la pintura que Paloma Barreiro ha hallado como un feliz
descubrimiento del que debemos formar parte para completar el sentido y felicidad
de su pintura.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 3/11/2013
Fotografía Javier Cervera-Mercadillo
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