SE
han vaciado las calles, como por un soplo divino, pero se nos han llenado de
miradas. Miradas de mil tipos, miradas que intentan resumirnos, miradas que
intentan explicarse frente al mundo, miradas que necesitan de un espejo para ver
en su interior, miradas que nos obligan a tomar partido. Miradas que son la
tuya.
Miradas
de desconcierto. Es la mirada del inicio, la que percibe algo pero todavía no
puede descifrar sus propios ojos. Un desconcierto intuitivo que fractura la
tranquilidad y aquello que nos envuelve como una cómoda protección. La canción
de Dylan. Sentimos que nos movemos como sobre una nube, un algodón cada vez
menos dulce y más amargo.
Miradas
de incredulidad. Las horas se aceleran y nuestros ojos se encogen ante lo que
surge frente a ellos. Los frotamos como si pudiéramos enfocar mejor lo que se
adivina ante nosotros, todo aquello que comienza a presentarse de manera
sorpresiva y no nos gusta. Y eso, lo que está ahí delante, todavía no somos
capaces de descifrarlo.
Miradas
de temor. Comienza a afianzarse en nosotros el miedo que todo lo invade, lo que
de verdad nos sacude del desconcierto y la incredulidad. La mirada se afila más
y el temor se configura entonces como la gran distancia entre las personas, el
verdadero instinto que hace que la persona recupere ese latido primario que
reside en todos nosotros y que lentamente nuestra sociedad del bienestar ha ido
domesticando, caricia tras caricia. Llegan los nervios, las carreras a los
supermercados, la fiebre del tisú, los gestos insolidarios, el ruido y la
furia, el pánico, máscaras y guantes. Profilaxis o muerte.
Miradas
de incertidumbre. La curva del miedo se aplaca con el paso de las horas, la
convivencia con el temor nos obliga a su dominio. Con esas fauces cerradas surgen
las dudas, las preguntas, lo que no es seguro, las incertidumbres ante lo que
está por llegar. Necesitamos certezas levantamos las miradas hacia el cielo. El
silencio. Miramos entonces a las moquetas, a las instituciones, a los que nos
mandan y a los que quieren mandar, asumiendo nuestra condición de rebaño, y esa
mirada se convierte en una piedra arrojada a un pozo. Otro silencio que tarda
en encontrar agua, en hallar un sonido que, sin calmar la sed, nos confirme que
el cubo se puede llenar al tirar de la cuerda.
Miradas
de solidaridad. Las miradas se convierten en cómplices de ese ser humano
abatido por la adversidad. Las cifras de víctimas mortales no responden a las
preguntas, al contrario, incrementan el tamaño de ese signo de interrogación,
pero sí que nos refuerzan como miembros activos de una comunidad a la que
tantas veces despreciamos desde el egoísmo. Piezas de un puzle por encajar.
Aplausos en los balcones dirigidos a quienes miran a los ojos del enemigo a
unos pocos centímetros. La comprensión de la sanidad pública como un tesoro a
reivindicar más allá de las ocho de la tarde, que es cuando el despertador
sonroja y flagela a los que obviaron ese mandato social. Las miradas se cuelan
en las casas de enfrente para hermanar la pena y el dolor.
Miradas
de compromiso. Las que nos llevan a mirar hacia nuestro interior, a calibrar
nuestra capacidad de respuesta ante la amenaza. El papel del yo ante el
colectivo. El encierro, el asumir nuestras casas como un ring de miradas
íntimas desde las que poder rastrear de cerca nuestro territorio. Una reclusión
que es abrazo con el resto de la comunidad, con los desconocidos, pero también
con los miembros de la familia en permanente estado de excepción ante la
maldición. La maldición crece, y mucho, Aute se muere, y con él sepultamos la
belleza, lo único en lo que podíamos creer sin esperar nada a cambio. Cerramos
los ojos y apretamos los puños.
Miradas
de resistencia. El horizonte como una meta que alcanzar. Días que se superan
desde el esfuerzo y el reto continuo que nos hace cada jornada ser más fuertes.
Miramos hacia ese día que vendrá, y hacia los días que le sucederán. Ellos
definirán nuestra resistencia, física y mental, la que nos debemos y debemos a
los que nos cuidaron y a los que cuidaremos: hijos, hijas, héroes silenciosos.
Semilla.
Miradas
de fortaleza. Semanas que se van quedando atrás. Un tiempo agotado que, aunque
no lo creamos, residirá en nosotros. La experiencia consumida, los ánimos
forjados como nunca imaginamos días atrás. Pensemos de dónde venimos, cual era
nuestro futuro más inmediato y miremos cómo estamos. Somos mejores y, sobre
todo, somos más fuertes.
Miradas
de esperanza. De nuevo las preguntas convertidas en deseos, en calderos
repletos de esperanza al otro lado de esos arco iris que se han posado en
nuestras ventanas como palomas. Confiamos en que todo regrese al discurrir
diario. Debemos creer en eso, lo necesitamos, aunque sepamos que pocas
situaciones serán ya como lo eran antes.
Miradas
de futuro. Nuestra gran conquista al término de esta travesía por el
desfiladero del desconsuelo, el futuro. Cuando todo pase nuestras miradas
seguirán proyectándose hacia delante, pero también deberán hacerlo hacia atrás,
hacia lo vivido, el impulso necesario para que ese futuro se pueda escribir
como lo merecemos y, para que quizás, después de todo, después de la noche, lo
único que valga la pena sea tu mirada.
Publicado en Diario de Pontevedra 10/04/2020
Fotografía: David Freire
Ningún comentario:
Publicar un comentario