xoves, 16 de abril de 2020

Desasosiego/ 29. Besos públicos

Sanitarios portando besos de papel en el
Hospital Provincial de Pontevedra (Gonzalo García)


«En un beso sabrás todo lo que he callado», escribió Pablo Neruda. Un beso condensa, en su silencio íntimo, miles de afectos y emociones. Besos que, apartados de las miradas, son un ejercicio de complicidad extremo, la fusión de seres que aman para amar y ser amados, pero que cuando se abren al colectivo se convierten en una hermosa cuestión de confianza con el resto de la sociedad. Un beso público es, por lo tanto, el beso de la exclamación, tan ajeno a las palabras del poeta chileno, es el beso abierto a la ciudadanía, el beso que se extiende como un calambrazo hacia todos aquellos a los que, en este caso, nuestros sanitarios, devuelven los cariñosos y orgullosos aplausos de sus vecinos.
Fue hace unos días cuando un grupo de sanitarios del Hospital Provincial de Pontevedra salió a recibir el agradecimiento público por su trabajo y lo hicieron cargados de labios que simbolizaban esa fusión colectiva. Como si su entrega no fuese todavía suficiente como para llenar la ciudad de esos besos públicos que nos hablan de su trabajo, de su condición de profesionales más allá de esas intentonas de convertirlos en héroes de lo cotidiano. Poco hay más heroico en estos días que ser un buen profesional en la sanidad, la fontanería, la política, la mecánica o el periodismo. Nuestra sociedad, cada vez más amenazada por la autocomplacencia particular, necesita de profesionales y no de héroes en todos los oficios que la conforman. Estamos durante estos días que nos están midiendo a todos comprobando como un mal político o un mal periodista pueden hacer el mismo daño al tejido de nuestra sociedad que un mal médico. Cada uno en su lugar, los destrozos desde la falta de profesionalidad pueden ser fatales para todos nosotros.
Al asomarnos a nuestras ventanas y balcones, cuando las agujas del reloj merodean las ocho de la tarde, no aplaudimos a héroes, aplaudimos a personas, a profesionales que ponen su vida en peligro ante el desafío mortal del virus. Con cada vez más herramientas y conocimientos para combatirlo, las semanas vividas hasta ahora han mostrado lo mejor de nuestra sociedad en cada uno de esos profesionales de batas blancas y uniformes azules, tan livianos como fuertes en el amparo de las convicciones de lo que tenían que hacer cada uno de los que los portan. Ni un paso atrás y siempre con el objetivo de salvar las vidas de las personas como única misión.
Extremadamente duras fueron las primeras semanas, cuando el impacto de lo inesperado nos mostró una indefensión impropia de un país avanzado. Nuestra sanidad es extraordinaria, eso no lo duda nadie. Tan extraordinaria es que durante años se ha movido en unas condiciones que ninguno de esos profesionales, ahora tan aplaudidos, se merecían. Con los recursos medidos de manera más que cicatera, cansados de escuchar los lamentos de muchos de ellos sobre la falta de personal, la reducción de camas en nuestros centros sanitarios, ahora que le hemos visto las orejas al lobo, más allá de esos recurrentes picos de gripe a los que siempre se aludía desde las autoridades sanitarias para justificar los retrasos en los servicios de urgencias, parece que ya no cabe lugar para la duda y para reivindicar la sanidad pública como uno de esos pilares esenciales que nunca deben ser descuidados ni sustituidos por la sanidad privada.
Esos besos públicos son también el beso a una sanidad que desde lo público debe ser cuidada al máximo, sin especulaciones ni enredos entre siglas políticas. Hemos comprobado la valía de sus componentes imponiéndose a las necesidades más básicas de su trabajo. Nunca más esta sociedad puede permitirse la obscenidad de recortar inversiones en la sanidad pública. Personal, equipamientos y presupuestos deben recuperar el terreno abandonado en los últimos años, en los que se estiman en más de dos mil millones de euros y ochocientas camas menos las pérdidas de una sanidad gallega demasiadas veces distraída en visibilizar nuevas construcciones hospitalarias pero que luego carecen de recursos apropiados para su optimización. Ojalá no nos olvidemos de estas necesidades cuando pasen estos días del desasosiego que nos obligan a poner todos los sentidos en ser cómplices confinados de médicos y sanitarios para que lleven a cabo su labor de la manera tan brillante como la están realizando.
Debido a la distancia de seguridad a la que estamos sometidos esos besos de papel se convierten en una caricia, por la necesidad que tenemos de encontrar unos labios que nos besen, pero, sobre todo, por venir de quien vienen, de los que han hecho de su valor el mejor beso que alguien nos podría dar durante estas semanas. Otro de los grandes perjuicios de esta pandemia es cómo ataca a los afectos, a la manera de sentirnos cerca unos de otros. Desterrados los abrazos, perseguidas las caricias, imposibles los besos, todo lo que pueda representar cariño, aprecio o amor, es una de las mejores medicinas que se le pueden aplicar a esta sociedad en cuarentena y alarmada ante todo lo que le está sucediendo. Esos besos de los sanitarios los guardamos como un tesoro del que nos acordaremos cuando todo pase, pero también cuando tengamos que recordar el tesoro que es la sanidad pública.



Publicado en Diario de Pontevedra 16/04/2020

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