Sanitarios portando besos de papel en el Hospital Provincial de Pontevedra (Gonzalo García) |
«En
un beso sabrás todo lo que he callado», escribió Pablo Neruda. Un beso
condensa, en su silencio íntimo, miles de afectos y emociones. Besos que,
apartados de las miradas, son un ejercicio de complicidad extremo, la fusión de
seres que aman para amar y ser amados, pero que cuando se abren al colectivo se
convierten en una hermosa cuestión de confianza con el resto de la sociedad. Un
beso público es, por lo tanto, el beso de la exclamación, tan ajeno a las
palabras del poeta chileno, es el beso abierto a la ciudadanía, el beso que se
extiende como un calambrazo hacia todos aquellos a los que, en este caso,
nuestros sanitarios, devuelven los cariñosos y orgullosos aplausos de sus
vecinos.
Fue
hace unos días cuando un grupo de sanitarios del Hospital Provincial de
Pontevedra salió a recibir el agradecimiento público por su trabajo y lo
hicieron cargados de labios que simbolizaban esa fusión colectiva. Como si su
entrega no fuese todavía suficiente como para llenar la ciudad de esos besos
públicos que nos hablan de su trabajo, de su condición de profesionales más
allá de esas intentonas de convertirlos en héroes de lo cotidiano. Poco hay más
heroico en estos días que ser un buen profesional en la sanidad, la fontanería,
la política, la mecánica o el periodismo. Nuestra sociedad, cada vez más
amenazada por la autocomplacencia particular, necesita de profesionales y no de
héroes en todos los oficios que la conforman. Estamos durante estos días que
nos están midiendo a todos comprobando como un mal político o un mal periodista
pueden hacer el mismo daño al tejido de nuestra sociedad que un mal médico.
Cada uno en su lugar, los destrozos desde la falta de profesionalidad pueden
ser fatales para todos nosotros.
Al
asomarnos a nuestras ventanas y balcones, cuando las agujas del reloj merodean
las ocho de la tarde, no aplaudimos a héroes, aplaudimos a personas, a
profesionales que ponen su vida en peligro ante el desafío mortal del virus.
Con cada vez más herramientas y conocimientos para combatirlo, las semanas
vividas hasta ahora han mostrado lo mejor de nuestra sociedad en cada uno de
esos profesionales de batas blancas y uniformes azules, tan livianos como
fuertes en el amparo de las convicciones de lo que tenían que hacer cada uno de
los que los portan. Ni un paso atrás y siempre con el objetivo de salvar las
vidas de las personas como única misión.
Extremadamente
duras fueron las primeras semanas, cuando el impacto de lo inesperado nos
mostró una indefensión impropia de un país avanzado. Nuestra sanidad es
extraordinaria, eso no lo duda nadie. Tan extraordinaria es que durante años se
ha movido en unas condiciones que ninguno de esos profesionales, ahora tan
aplaudidos, se merecían. Con los recursos medidos de manera más que cicatera,
cansados de escuchar los lamentos de muchos de ellos sobre la falta de
personal, la reducción de camas en nuestros centros sanitarios, ahora que le
hemos visto las orejas al lobo, más allá de esos recurrentes picos de gripe a
los que siempre se aludía desde las autoridades sanitarias para justificar los
retrasos en los servicios de urgencias, parece que ya no cabe lugar para la
duda y para reivindicar la sanidad pública como uno de esos pilares esenciales
que nunca deben ser descuidados ni sustituidos por la sanidad privada.
Esos
besos públicos son también el beso a una sanidad que desde lo público debe ser
cuidada al máximo, sin especulaciones ni enredos entre siglas políticas. Hemos
comprobado la valía de sus componentes imponiéndose a las necesidades más
básicas de su trabajo. Nunca más esta sociedad puede permitirse la obscenidad
de recortar inversiones en la sanidad pública. Personal, equipamientos y
presupuestos deben recuperar el terreno abandonado en los últimos años, en los
que se estiman en más de dos mil millones de euros y ochocientas camas menos
las pérdidas de una sanidad gallega demasiadas veces distraída en visibilizar
nuevas construcciones hospitalarias pero que luego carecen de recursos
apropiados para su optimización. Ojalá no nos olvidemos de estas necesidades
cuando pasen estos días del desasosiego que nos obligan a poner todos los
sentidos en ser cómplices confinados de médicos y sanitarios para que lleven a
cabo su labor de la manera tan brillante como la están realizando.
Debido
a la distancia de seguridad a la que estamos sometidos esos besos de papel se
convierten en una caricia, por la necesidad que tenemos de encontrar unos
labios que nos besen, pero, sobre todo, por venir de quien vienen, de los que
han hecho de su valor el mejor beso que alguien nos podría dar durante estas
semanas. Otro de los grandes perjuicios de esta pandemia es cómo ataca a los
afectos, a la manera de sentirnos cerca unos de otros. Desterrados los abrazos,
perseguidas las caricias, imposibles los besos, todo lo que pueda representar
cariño, aprecio o amor, es una de las mejores medicinas que se le pueden
aplicar a esta sociedad en cuarentena y alarmada ante todo lo que le está
sucediendo. Esos besos de los sanitarios los guardamos como un tesoro del que
nos acordaremos cuando todo pase, pero también cuando tengamos que recordar el
tesoro que es la sanidad pública.
Publicado en Diario de Pontevedra 16/04/2020
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