Estremece
pensar cómo ha cambiado nuestra vida en tan solo un mes. Treinta días que nos
han volteado de una manera inimaginable. Llegados a este punto y con un
horizonte lleno de incertidumbres, lógicas ante la excepcionalidad del momento,
pensar en cómo serán los días venideros es un ejercicio de funambulismo con
mucho de asomarse a una bola adivinatoria y poco de realismo, pero lo que creo
que nadie duda es que a partir de este mes todo será diferente.
Escribo
estas palabras tras salir a mi ventana a aplaudir, a agradecer de manera
infinita el esfuerzo de tantos como se están jugando la vida en los centros de
salud. Si alguna certeza está clara sobre este alambre de dudas es la importancia
de la sanidad pública y lo necesario de su potenciación. Sabemos bien de lo que
hablamos en Galicia, sometida a recortes durante estos últimos años en ese
sector y que a partir de ahora se antoja como intocable para nuestros
políticos. Los sucesos vividos en Verín hace solo unos meses se convierten en
una piedrecita arrojada a este océano convertido en un espejo en el que la
sociedad se ha asomado para concienciarse de que ciertas inversiones son
irrenunciables. Una segunda certeza procede de la educación, y es que si algo
estamos comprobando es la necesidad de tener la cabeza bien amueblada para
sufrir situaciones extremas como las que estamos viviendo, y prepararnos así,
sin traumas, para ese futuro que amenaza con aplastarnos como no lo descifremos
a la mayor brevedad posible. Un sistema educativo adaptado a la persona, con
estudios fortalecidos en humanidades que potencien el pensamiento de nuestros
alumnos será una inversión impagable de cara a la convivencia con este tipo de
situaciones tan desestabilizadoras para el ser humano, y que nadie nos puede
asegurar que no se repitan cada cierto tiempo. Es cierto que durante estos días
ha asomado la solidaridad y la bondad en infinidad de rincones de nuestra
sociedad, pero también la maldad y el rencor. Políticos incapaces de honrar su
misión de servidores públicos dedicándose a servir a sus siglas. Odiadores
profesionales emponzoñando las redes sociales con su cicuta para provocar un
destrozo mayor del que ya estamos viviendo. Si hay algo que yo por lo menos voy
a sacar en claro de estos días de desasosiego (no sé los que vendrán a partir
de hoy, pero con este mes ya me resulta más que suficiente) es la gente que
quiero que me acompañe en el resto de la travesía. La que sé que me va a
resultar provechosa para la vida, no solo en este país, sino en esta ciudad,
incluso en mi propia calle. Gente beneficiosa, gente que suma y no gente que
solo busca enfangar un suelo ya demasiado resbaladizo.
Sanidad,
educación. La tercera certeza es la cultura. Llenamos nuestras horas en las
casas refugiados en libros, cómics, músicas, series, películas... Pensemos
cinco minutos, con uno llega, en uno de estos días sin alguno de estos
asideros, sin esos compromisos diarios de los protagonistas de la cultura con
nuestro ocio, y ¿todavía alguien duda en invertir en cultura? ¿en entenderla
como parte de esa economía que es lo único que preocupa a tantos? ¿en
defenderla como una tabla de salvación? Estas son mis tres certezas un mes
después del sobresalto, y como en estos artículos diarios siempre les dejo una
recomendación, ahí va la de hoy: Bach. Escuchen su música y piensen en sus
certezas.
Publicado en Diario de Pontevedra 14/04/2020
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